miércoles, 22 de abril de 2015

No están comprendiendo


El Standard, una publicación católica nacional publicada en Ghana, presentó un editorial acerca de la obra de la Iglesia Católica, y señaló que ésta “ha hecho una enorme contribución al desarrollo del país.” El editorial llama atención a las escuelas, hospitales y clínicas edificados por la iglesia, así como a proyectos agrícolas y de excavación de pozos. “Pero ha llegado el tiempo para empezar a mirar en otra dirección,” dice. “El desarrollo de la gente debe tener mayor prioridad que el desarrollo del país y las instituciones.” ¿Cómo?
“La mayoría del pueblo de Dios que pasa su tiempo en oficinas, haciendas, escuelas y fábricas tiene hambre de alimento espiritual más fuerte. Estas personas están dispuestas a vivir el Evangelio en su plenitud, pero, ¿quién les mostrará el camino? . . . No estamos suministrando a la gente el alimento espiritual que necesita.”
Si esta iglesia no ha hecho esto para el hombre común después de siglos de existencia, ¿qué razón hay para creer que ahora ha de empezar a suministrar el “alimento espiritual” que sus miembros realmente necesitan? El apóstol Pedro mismo recibió el mandato de Jesús sobre esto tres veces, para énfasis, cuando se le preguntó si amaba al Cristo. “Apacienta mis corderos . . . mis ovejas” (no: ‘construye escuelas y hospitales’), se le dijo a Pedro, para que probara su amor. Evidentemente Pedro comprendió, pero la Iglesia Católica no.—Juan 21:15-17, Versión Nácar-Colunga, católica.


lunes, 20 de abril de 2015

Llegan misioneros a Maracaibo



Maracaibo, en la sección noroccidental del país, es la segunda ciudad más grande de Venezuela y se caracteriza por el calor y un elevado índice de humedad. También es la capital petrolífera de Venezuela. La parte nueva de la ciudad contrasta con el casco antiguo, que está al lado del puerto; la parte más antigua, con sus calles estrechas y casas de adobe de estilo colonial, apenas ha cambiado desde el siglo pasado.
El 25 de diciembre de 1948 llegaron en barco seis misioneros. Venían cargados de ropa de invierno porque acababan de dejar la gélida Nueva York. Componían el grupo Ragna Ingwaldsen, que se bautizó en 1918 y todavía sirve de precursora en California, Bernice Greisen (ahora Bun Henschel, miembro de la familia de Betel de la sede mundial), Charles y Maye Vaile, Esther Rydell (medio hermana de Ragna) y Joyce McCully. Un matrimonio que estaba empezando a relacionarse con los Testigos los recibió en su pequeña casa, donde los misioneros colocaron como pudieron sus quince baúles y cuarenta cajas de publicaciones. Cuatro durmieron en hamacas, y dos, en camas hechas de cajas de libros, hasta que alquilaron una casa, que llegó a ser su hogar misional.
Ragna recuerda que el aspecto de los seis extrañaba mucho a los maracuchos. Varios de los misioneros eran altos y rubios. Ragna cuenta: “Cuando íbamos de casa en casa, solían seguirnos hasta diez niños desnudos, que iban escuchando nuestra extraña forma de hablar el idioma. Ninguno de nosotros seis sabía más de una docena de palabras en español. Pero cuando se reían, nos reíamos con ellos”. Al llegar estos misioneros, solo había cuatro publicadores en Maracaibo. A principios de 1995 había 51 congregaciones y un total de 4.271 publicadores.
Se contestó su oración
Benito y Victoria Rivero fueron el matrimonio que recibió amablemente en su casa a los seis misioneros. Benito había obtenido el libro “El Reino Se Ha Acercado” de manos de un precursor de Caracas llamado Juan Maldonado. Cuando Pedro Morales lo visitó posteriormente para ofrecerle un estudio, Benito se entusiasmó; no solo estudió, sino que de inmediato empezó a asistir a las reuniones del grupo. También animó a su esposa a ir, diciéndole que los cánticos eran muy bonitos, pues a ella le gustaba cantar. Ella le acompañaba, pero, como en realidad no entendía todo lo que decían, muchas veces se quedaba dormida.
Una noche, en casa, pensando que su esposa ya se había dormido, Benito oró en voz alta a Jehová y le pidió que la iluminara. Ella oyó la oración y se conmovió profundamente. Después de la muerte de Benito, en 1955, Victoria se hizo precursora regular, y más adelante, precursora especial.
Llegan a las zonas rurales próximas a Maracaibo
Uno de los que abrazaron la verdad en la región de Maracaibo fue el padre de Rebeca (ahora Rebeca Barreto). Ella tenía solo cinco años cuando Gerardo Jessurun empezó a estudiar la Biblia con su padre, que se bautizó en 1954. Aún guarda recuerdos muy gratos de cuando salía a predicar de pequeña. “Alquilábamos un autobús, y toda la congregación viajaba a las zonas rurales —recuerda—. La gente del campo no tenía mucho dinero, pero apreciaba las publicaciones. Era todo un espectáculo ver al final del día a los hermanos llevando en el autobús huevos, calabazas, maíz y pollos vivos que habían trocado por las publicaciones.”
Pero no a todo el mundo le alegraba verlos. La hermana Barreto recuerda un incidente que ocurrió en el pueblo de Mene de Mauroa: “Mientras predicábamos de casa en casa, el cura iba detrás rompiendo las publicaciones que los vecinos habían aceptado y diciéndoles que no escucharan a los testigos de Jehová. Organizó una chusma compuesta de muchos jóvenes y logró enfurecerlos, de modo que empezaron a arrojarnos piedras. Varios hermanos y hermanas resultaron heridos”. El grupo de Testigos corrió en busca del prefecto del pueblo. Como este era amable con los Testigos, le dijo al cura que tendría que llevárselo a su oficina un par de horas ‘para protegerlo de los predicadores’. La turba se dispersó al no contar con su líder, y los Testigos dedicaron las siguientes dos horas, libres de hostigamiento, a dar un testimonio cabal en el pueblo.
Llega más ayuda
El territorio era extenso, y se necesitaba más ayuda para atenderlo. En septiembre de 1949 llegaron unos hermanos recién graduados de la Escuela de Galaad para colaborar en la siega espiritual. Tenían un gran deseo de participar, lo cual no significaba que se les fuera a hacer fácil. Cuando Rachel Burnham, que viajaba en el barco Santa Rosa, divisó las luces del puerto a través de la portilla de su camarote, sintió el mayor alivio de su vida, pues estaba mareada desde la partida del barco de Nueva York. Aunque eran las tres de la madrugada, despertó entusiasmada a sus tres compañeras. Su hermana Inez y las otras dos muchachas —Dixie Dodd y su hermana Ruby (ahora Baxter)— habían disfrutado del viaje, pero se alegraron de llegar a su nueva asignación.
Fue a recibirlas un grupo en el que estaban Donald Baxter, Bill y Elsa Hanna (misioneros que habían llegado el año anterior) y Gonzalo Mier y Terán. Tomaron un autobús para llevarlas del puerto a Caracas. Al parecer, el conductor quiso hacer que el viaje fuera más espeluznante de lo habitual en honor de las recién llegadas, y lo logró. Tomaba las curvas cerradas a toda velocidad, llevando el autobús al borde del precipicio. Hoy es el día que las hermanas todavía hablan de aquel viaje.
Se las asignó a la sucursal y hogar misional de El Paraíso. Rachel e Inez sirvieron fielmente en el campo misional hasta su muerte, en 1981 y 1991, respectivamente. El resto del grupo todavía sirve fielmente a Jehová.
Al recordar los primeros meses en su asignación, Dixie Dodd dice: “Sentíamos mucha nostalgia. Pero no teníamos dinero ni para ir al aeropuerto”. Centraron su atención en que la organización de Jehová les había confiado la asignación de misioneras en tierra extranjera. Con el tiempo dejaron de soñar en volver a casa y se concentraron en su labor.
Malentendidos
Para la mayor parte de los nuevos misioneros, el idioma fue un problema, al menos por una temporada.
Dixie Dodd recuerda que una de las primeras cosas que les enseñaron fue que debían decir “mucho gusto” cuando les presentaban a alguien. Aquel mismo día las llevaron al Estudio de Libro de Congregación. De camino fueron repitiendo la expresión una y otra vez en el autobús: “Mucho gusto. Mucho gusto”. “Pero para cuando nos presentaron —dice Dixie—, se nos había olvidado.” Con el tiempo lograron recordarla.
Bill y Elsa Hanna, que sirvieron de misioneros de 1948 a 1954, recordaron por mucho tiempo sus equivocaciones. En una ocasión, el hermano Hanna quería comprar una docena de huevos blancos, pero pidió huesos blancos. En otra ocasión fue a comprar una escoba. Temiendo que no lo hubieran entendido, trató de ser más específico: “Para barrer el cielo, dijo, en lugar de suelo. El tendero replicó socarronamente: “Tiene grandes aspiraciones, señor”.
Cuando Elsa, la esposa de Bill, fue a la embajada, explicó que quería remover su pasaporte en vez de renovarlo. La secretaria le preguntó: “¿Pues qué hizo, señora? ¿Se lo comió?”.
Genee Rogers, una misionera que llegó en 1967, se desanimó un poco al principio, pues siempre que hacía una presentación que había ensayado con cuidado, el amo de casa se dirigía a su compañera y preguntaba: “¿Qué dijo?”. Pero la hermana Rogers siguió intentándolo, y en los veintiocho años que lleva de misionera ha ayudado a unas cuarenta personas a aprender la verdad y llegar al bautismo.
Willard Anderson, que llegó de Galaad con su esposa, Elaine, en noviembre de 1965, admite con franqueza que el idioma nunca ha sido su fuerte. Willard, siempre dispuesto a reírse de sus propios errores, dice: “Estudié español seis meses en la escuela secundaria, hasta que mi maestro me hizo prometer que nunca volvería a apuntarme a su clase”.
Pero con el espíritu de Jehová, perseverancia y buen humor, los misioneros no tardaron en sentirse cómodos con el nuevo idioma.

Hasta las casas tienen nombre
El idioma no fue lo único que los misioneros encontraron diferente. Tuvieron que utilizar un sistema distinto para tomar nota de los hogares adonde volver. En aquellos días, muchas casas de Caracas no tenían números. El propietario escogía un nombre para su casa. Los hogares de la gente acomodada se denominan quintas, y con frecuencia reciben el nombre de la señora de la casa. La dirección de alguien pudiera ser, por ejemplo, Quinta Clara. Muchas veces se combina el nombre de los hijos: Quinta Carosi (Carmen, Rosa, Simón). El propietario de la primera sucursal y hogar misional que alquiló la Sociedad ya había llamado a su casa Quinta Savtepaul (San Vicente de Paul), y como estaba en una calle principal, pronto llegó a conocerse como el lugar donde se reunían los testigos de Jehová.
En 1954 se compró una casa nueva para alojar la sucursal y el hogar misional, de modo que los hermanos tuvieron que usar su imaginación y escoger un nombre apropiado. Eligieron el nombre Luz, teniendo presente la admonición de Jesús de que “resplandezca la luz de ustedes delante de los hombres”. (Mat. 5:16.) Aunque la sucursal se trasladó después a un lugar más grande, a principios de 1995 Quinta Luz todavía se utilizaba para albergar a once misioneros.
El centro de Caracas tiene un sistema de direcciones único. Si usted pide la dirección de un determinado establecimiento o de un edificio de apartamentos, tal vez le digan algo como “La Fe a Esperanza”. Quizá piense que esto no parece una dirección. Lo que sucede es que en el centro de Caracas cada intersección tiene un nombre. De modo que la dirección que usted busca se encuentra en el bloque ubicado entre Fe y Esperanza.


La fabulosa variedad de vida en la alta Amazonia



Desde el pie de los Andes se extiende hacia el este una alfombra de vegetación que cubre unos 3.700 kilómetros (2.300 millas) de territorio sudamericano. Al final, este inmenso mar verde —la Amazonia— muere en el azul del Océano Atlántico.
La parte de esta selva que está en Perú —su región Amazónica— ocupa casi el sesenta por ciento del país. Aunque solo una mínima parte de la población de Perú habita dicha región, su techo selvático de 35 metros (115 pies) de altura alberga multitud de animales y plantas. De hecho, se dice que la Amazonia es uno de los tesoros ecológicos más ricos del planeta. Más de tres mil variedades de mariposas revolotean por el aire cálido y húmedo. Unas cuatro mil especies de orquídeas ostentan sus hermosas flores. También hay más de noventa especies de serpientes que merodean por las ramas de los árboles y por el suelo selvático. Y en los arroyos y ríos hay unas dos mil quinientas especies de peces, como la anguila eléctrica y la piraña.
Entre las vías fluviales que serpentean por la selva, la principal es el río Amazonas. Hay áreas en donde las precipitaciones anuales oscilan entre 2.500 y 3.000 milímetros (8 a 10 pies), lo cual provoca desbordamientos en los cauces del Amazonas y sus 1.100 afluentes. El calor y la humedad proporcionan a las plantas un baño de vapor que ellas agradecen. Curiosamente, la vegetación crece exuberante en este suelo arcilloso, uno de los más pobres del planeta y, por tanto, inadecuado para el cultivo permanente.
Primeros pobladores
¿Quiénes escogerían vivir en un lugar así? Los arqueólogos afirman que millones de personas vivieron en la cuenca del río Amazonas en siglos pasados. Actualmente, en la región peruana de la Amazonia hay unos 300.000 habitantes de más de cuarenta grupos étnicos. Se cree que catorce de estas comunidades viven prácticamente aisladas del mundo exterior. Esto se debe a que, tras haber conocido la llamada civilización, se retiraron a los lugares más remotos de la selva para aislarse.
Veamos el origen de los habitantes de la Amazonia. Según algunos especialistas, los primeros migradores llegaron del norte siglos antes de nuestra era. De Venezuela migraron los arahuacos, y del Caribe, los jíbaros, famosos por reducir las cabezas de sus enemigos tras asesinarlos. Se piensa que algunas tribus llegaron de Brasil, que se encuentra al este, mientras que otras de Paraguay, que está al sur.
Es posible que, una vez establecidas, la mayoría de estas tribus se desplazaran dentro de ciertos límites, viviendo de la caza y la recolección. Además, se dedicaron al cultivo de la yuca (o mandioca), el ají, el banano y el maíz, que son de las pocas plantas aptas para el cultivo en suelos ácidos. Ciertos cronistas españoles observaron lo bien organizados que estaban algunos de estos pueblos, especialmente en cuanto a técnicas de almacenamiento de alimentos y crianza de animales silvestres.
Choque de culturas
Durante los siglos XVI y XVII, la Amazonia fue invadida por conquistadores españoles seguidos de misioneros jesuitas y franciscanos. Estos religiosos, resueltos a convertir a los nativos a la fe católica, trazaron excelentes mapas que abrieron la Amazonia para el provecho de los europeos. Pero los misioneros también abrieron la puerta a las enfermedades y la aniquilación.
En 1638, por ejemplo, se fundó una misión en lo que ahora es la provincia de Maynas (Perú). Sin más ni más, los misioneros juntaron grupos rivales y los obligaron a vivir en comunidad. ¿Con qué “noble” propósito? Que trabajaran al servicio de los misioneros y conquistadores, quienes los consideraban ignorantes e inferiores. Y, debido a su estrecho contacto con los europeos, miles de nativos murieron de sarampión, viruela, difteria y lepra. Además, otros miles perecieron de hambre.
Muchos indígenas huyeron de las misiones establecidas por distintas órdenes religiosas. A decenas de misioneros los mataron en levantamientos, tanto así que en cierto período a principios del siglo XIX solo quedaba un sacerdote en toda la Amazonia.
Los indígenas de hoy
En la actualidad, muchos indígenas mantienen sus costumbres ancestrales. Por citar un ejemplo, construyen sus viviendas a la manera tradicional: levantan una estructura de varas y la techan con hojas de palma u otras plantas. Y para protegerse de las inundaciones anuales y de los animales salvajes, hacen las casas sobre pilotes.
Estas tribus tienen una forma de vestir y arreglarse muy variada. Los indígenas que viven en lo más profundo de la selva utilizan taparrabos o faldillas tejidas, y sus niños andan desnudos. Hay quienes se perforan la nariz o los lóbulos de las orejas para ponerse aros, varitas, huesos o plumas. Otros, como los mayorunas, se agujerean las mejillas, y algunos tucunás y jíbaros incluso se liman los dientes. Muchas comunidades acostumbran depilarse el vello corporal y hacerse tatuajes. Por otra parte, los que tienen más contacto con el mundo fuera de la selva han adoptado la forma de vestir occidental.
Como las etnias de la Amazonia conocen miles de plantas, la selva es su farmacia. De ahí obtienen remedios contra las mordeduras de serpiente, la disentería y las afecciones de la piel, entre otros problemas. También extraen caucho de los árboles, el cual —mucho antes de que el mundo occidental lo descubriera— ya utilizaban a fin de impermeabilizar canastos para el trabajo y hacer pelotas para sus juegos. La selva, además, les da la materia prima para sus medios de transporte y comunicación. Por ejemplo, talan árboles con el fin de fabricar canoas para desplazarse por los ríos y vacían troncos con el fin de hacer tambores para transmitir mensajes a grandes distancias.
La influencia de los chamanes y las supersticiones
Para los habitantes de la Amazonia, la selva está repleta de almas que deambulan por las noches, espíritus que causan daño y dioses que merodean por los ríos en busca de víctimas incautas. Cabe mencionar que los aguarunas, una de las etnias más numerosas de Perú, adoran a cinco dioses: Padre Guerrero, Padre Agua, Madre Tierra, Padre Sol y un Padre chamán. Muchos creen que las personas se convierten en plantas y animales. Y para no ofender a los espíritus, se abstienen de matar a ciertos animales, y a otros solo los cazan cuando es estrictamente necesario.
Los chamanes, o hechiceros, ejercen control sobre la sociedad y la vida religiosa tradicional. Utilizan plantas alucinógenas para entrar en trance. Algunos indígenas acuden a ellos para que les curen sus enfermedades o les predigan sucesos futuros, como si tendrán buenas cosechas o si les irá bien en la caza.
El futuro de esta parte de la Amazonia
El mundo de la Amazonia va reduciéndose a pasos agigantados. Por un lado, las nuevas carreteras fragmentan la selva, y por otro, las granjas y las plantaciones de coca la van invadiendo. La tala ilegal ha dejado al descubierto enormes franjas de selva, destruyendo cada día el equivalente a 1.200 campos de fútbol. Incluso las vías fluviales se han visto afectadas, pues la minería legal y la producción ilegal de cocaína han contaminado los afluentes que alimentan el río Amazonas.
Es obvio que las aisladas etnias de esta región también experimentan las dificultades de nuestros días, a los que la profecía bíblica llama “tiempos críticos, difíciles de manejar” (2 Timoteo 3:1-5). Pero ¿deberíamos pensar que la Amazonia desaparecerá irremediablemente? La Biblia nos asegura que no será así. Bajo el Reino de Dios, todo el planeta llegará a ser un paraíso, tal como nuestro Creador se lo propuso en un principio (Isaías 35:1, 2; 2 Pedro 3:13).


“Guárdense de los ídolos”


Considere otra manera como se engaña a la gente en cuanto a adoración. El apóstol Juan escribió: “Hijitos, guárdense de los ídolos”. (1 Juan 5:21.) Unos mil millones de personas son miembros de la cristiandad, y puede que digan que adoran al mismo Dios a quien adoró Juan. Con todo, centenares de millones de esas personas se inclinan ante imágenes de “santos”, de Jesús y de la virgen María.
La idolatría se presenta en otras formas sutiles. En 44 E.C. el rey Herodes Agripa pronunció un discurso público, y la gente se entusiasmó tanto que gritó: “¡Voz de un dios, y no de un hombre!”. (Hechos 12:21, 22.) Sí, idolatraron a Herodes y lo hicieron un dios. Cosas similares suceden hoy día. En los días violentos en que el nazismo ascendía al poder en Europa, el clamor “¡Heil Hitler!” era en realidad un grito de adoración. Muchos estuvieron dispuestos a pelear y morir por el Führer como si él fuera un dios, el salvador de la nación. Sin embargo, ¡la mayoría de los que rendían aquel homenaje eran miembros de las iglesias de la cristiandad!
Antes y después de los días de Hitler ha habido otros líderes políticos que también se han proclamado salvadores y han exigido devoción exclusiva. Los que sucumbieron convirtieron a aquellos hombres en dioses, prescindiendo de la religión formal a que pertenecieran como “adoradores” o de que afirmaran ser ateos. El homenaje que los fanáticos dan a estrellas de los deportes y del cine y a otros artistas también se asemeja a adoración.