miércoles, 20 de mayo de 2015

Se enciende la iglesia eléctrica


El predicador no viste de negro. Más bien, resplandece en un traje blanco de tres piezas hecho de poliéster. No preside sobre un altar, sino que anda de acá para allá sobre un escenario de muchos niveles en su “catedral” hecha para la televisión, bañado por la luz de muchas lámparas. La plataforma misma parece ser la estrella del espectáculo, pues ha sido pulida hasta quedar como un espejo, y tiene luces que centellean sobre cada detalle y numerosos telones que constantemente cambian el escenario.
Es tiempo para la oración, pero no se trata de una oración común. El predicador se sitúa ante una mesa llena de cartas procedentes de su “familia de la oración-llave” y dobla la rodilla ante la mesa, mientras se agarra las manos reverentemente. Su coro reluciente toma su lugar, en semicírculo detrás del predicador. A medida que el predicador ora, el coro acompaña la oración de éste con un canturreo; cada cantante “acaricia” el micrófono con su voz, al estilo de los cantantes de un club nocturno.
Al terminar la oración, la imagen se desvanece gradualmente y surge un anuncio en cinta de video que patrocina a la “familia de la oración-llave” del predicador. Este anuncio está hecho de manera muy profesional. Se ve a una anciana, que obviamente es muy devota y se siente sola, escribiendo una carta al predicador. Mientras se ve esta escena se oye la voz de ella, como si se pudiera oír lo que ella piensa, relatando cómo su soledad y la mayoría de sus otros problemas han desaparecido desde que se unió a la “familia de la oración-llave.”
Ahora la escena regresa al predicador, precisamente a tiempo para que oigamos su sermón. No se le ve agitando una Biblia. El predicador está hablando como lo haría si estuviera en su propia sala. Vez tras vez recalca el mismo punto. Si usted desea que sus oraciones sean contestadas, tiene que unirse a su “familia de la oración-llave.” ¿Por qué la mención de una llave? “La oración es la llave,” dice con intensidad el predicador, “que abre el banco celestial.”
Este es un ejemplo del fenómeno cautivante de la religión estadounidense... la Iglesia Eléctrica. Su recién adquirida refinación de métodos y su popularidad están causando conmociones religiosas y políticas a través de los Estados Unidos. Las estrellas más relumbrantes de esta iglesia están obteniendo más dinero que la mayoría de las grandes confesiones estadounidenses. ¿Quiénes son? ¿De dónde vinieron? ¿A quiénes representan?
La Iglesia Eléctrica está compuesta de predicadores que hablan por televisión y que compran su propio espacio o tiempo en el aire y lo utilizan para obtener contribuciones con las cuales compran más tiempo, y así sucesivamente. Por supuesto, la mayoría de las estaciones de televisión vacilan en cuanto a vender tiempo en el aire a un predicador que solo va a importunar a los televidentes, y por eso los predicadores tienen maneras rebuscadas de evitar el dar la impresión de que están solicitando fondos por el aire.
¿Cuáles son algunas de las maneras en que piden? Animan a los televidentes a escribir pidiendo un broche gratis o una “llave de la oración,” y de esa manera el nombre del televidente se agrega a la lista de correos de un ordenador o computadora y entonces comienza el solicitar agresivo. O quizás ofrezcan un “servicio de consejo” televisado, y luego escriban a las personas que piden ayuda. El sistema de correo por computadora ha hecho de la Iglesia Eléctrica un negocio muy lucrativo. ¿Cuán lucrativo? He aquí unas cifras típicas:
Oral Roberts, anterior sanador por fe pentecostés, que ahora se ha moderado como metodista, recibe 60.000.000 de dólares al año.
Jerry Falwell, de Lynchburg, Virginia, bautista con un fuerte mensaje político, recibe más de 50.000.000 de dólares al año.
Pat Robertson, quien comenzó el primer programa popular de entrevistas a invitados religiosos y que ahora tiene su propia cadena televisora que transmite desde su nueva oficina central de 20.000.000 de dólares. Su Cadena Cristiana de Emisoras recibió 70.000.000 de dólares el año pasado.
Jim Bakker, que anteriormente era socio de Robertson, ha comenzado su propio espectáculo de invitados y su cadena televisora le produce 53.000.000 de dólares al año.
Rex Humbard, con su “Catedral del Mañana” y su escenario espectacular, recibe unos 25.000.000 de dólares.
Y la lista sigue y sigue. En resumen, las estrellas máximas de la Iglesia Eléctrica pueden gastar centenares de millones de dólares en comprar tiempo en el aire todos los años. ¿De dónde obtienen el dinero?
La mayoría de la gente que enciende la televisión para ver la Iglesia Eléctrica no es rica. Benjamin L. Armstrong, quien creó el término “Iglesia Eléctrica,” explica: “Como parte del concepto de la Iglesia Eléctrica, se condiciona al televidente para que contribuya.” La mayor parte de esos millones de dólares llega a las manos de los predicadores eléctricos en cantidades de 25 ó 50 dólares a la vez. Por ejemplo, Jerry Falwell pudiera recibir 10.000 cartas en un día típico, y más de la mitad de ellas contienen contribuciones.
Un prisionero de Pontiac, Michigan, quedó sorprendido cuando recibió una petición escrita por computadora en la que le pedían 35 dólares. ¿Por qué? Dice él: “La nota hecha por la computadora explicaba que un amigo mío, que prefería permanecer anónimo, había . . . pedido que se hiciera por el aire una oración especial a favor mío . . . La oración se había hecho, pero mi amigo no había dado respuesta a la ‘tarjeta de donación’ que se le había enviado posteriormente. ¿Sería yo tan amable como para enviarles un cheque?”
A veces se pide dinero de manera más sutil. Un observador dijo: “El otro día vi un espectáculo de televisión que resumió mis temores acerca de las transmisiones religiosas pagadas. Durante el programa, el predicador hizo que en la pantalla de televisión aparecieran dos números telefónicos. Los televidentes podían llamar gratuitamente a un número para dar contribuciones, pero había que pagar por la llamada al otro número, que era para las personas que querían consejo.”
¿Por qué se solicita dinero constantemente?
Una razón para esto es que la Iglesia Eléctrica debe su existencia a mucha tecnología muy costosa. La mayoría de las personas que transmiten programas religiosos jamás podrían competir con la programación regular de otras cadenas de televisión que transmiten para el grueso de la población estadounidense. Francamente, cuando se transmite un programa religioso la mayoría de las personas apagan el televisor. El problema que afronta la Iglesia Eléctrica es: ¿Cómo pueden llegar a la dedicada minoría de televidentes que desean ver programas religiosos?
¿La respuesta? “Revoluciones en la tecnología del satélite, adelantos en el modo de emplear computadoras y el advenimiento del servicio de ‘cablevisión’ y nuevos arreglos de transmisión están convirtiendo a los Estados Unidos en una aldea global y están haciendo económico el limitado transmitir a un grupo relativamente pequeño de partidarios,” declara la revista Forbes. “¿Qué importa que no todo el mundo quiera ver un programa religioso? . . . La televisión, al igual que las revistas, ahora puede complacer a auditorios especializados.”
El resultado es un arreglo económico diferente para la Iglesia Eléctrica. Los televidentes no apoyan estos programas indirectamente por medio de comprar algún jabón en escamas que se haya anunciado en el programa. Más bien, tienen que apoyar los programas directamente con sus contribuciones. La tarea de solicitar fondos y asegurarse de que estas contribuciones sigan llegando se ha convertido en una operación masiva por computadoras para la mayoría de las estrellas de la Iglesia Eléctrica. El ordenador es tan vital para la Iglesia Eléctrica como lo es la pantalla de televisión.
La constante necesidad de obtener dinero atrapa a los predicadores eléctricos en un ciclo de desarrollo rápido o quiebra. Se comienzan grandes proyectos de construcción como “catedrales” o universidades u hospitales y luego se hacen súplicas desesperadas a los fieles para que contribuyan más dinero para “terminar la obra de Dios.” Como dijo un banquero de la localidad acerca de una de las superestrellas de la Iglesia Eléctrica: “Solamente hay un problema con un ministerio como el de Jerry. No puede dejar de recoger dinero; si lo hace, todo se desploma.”
Este aspecto de la Iglesia Eléctrica pudiera recordar a cristianos concienzudos las palabras de Jesús que se encuentran en el Sermón del Monte. Jesús declaró enfáticamente: “Nadie puede servir como esclavo a dos amos; porque u odiará al uno y amará al otro, o se apegará al uno y despreciará al otro. No pueden ustedes servir como esclavos a Dios y a las Riquezas.”—Mat. 6:24.
Puesto que los predicadores de la Iglesia Eléctrica necesitan constantemente una vasta cantidad de contribuciones de sus televidentes, ¿se tomarían ellos el riesgo de ofender a estos televidentes? Difícilmente. No sorprende que la teología de la Iglesia Eléctrica sea simplista y busque su propia satisfacción. Como lo dijo la revista Forbes: “No pregunte qué pueda hacer usted por su religión; pregunte, más bien, qué puede hacer su religión por usted.”
Hasta algunos simpatizantes de la Iglesia Eléctrica admiten que es de poco contenido. Como declaró el teólogo evangélico Carl F. Henry: “Mucha de la religión televisada gira demasiado en torno a experiencias, es demasiado escasa en sentido doctrinal como para que suministre una alternativa apropiada a la actual confusión religiosa y moral.” En otras palabras, la religión de la televisión no puede realmente ayudar a resolver los problemas de la vida.
Harvey Cox, profesor en divinidad de Harvard, declaró que, en vez de eso, los predicadores de la Iglesia Eléctrica “están simplemente perpetuando y profundizando los valores de una cultura consumidora materialista. Están ayudando a la gente a aceptar valores muy superficiales, mientras prometen salvación fácil dentro del marco más comercial que pudiera haber.”
¿Cómo armoniza este mensaje con la advertencia de Jesús de que el camino a la vida no es fácil, sino difícil... “angosta es la puerta y estrecho el camino que conduce a la vida, y pocos son los que la hallan”? (Mat. 7:14) ¿Dan a entender esas palabras que usted puede obtener la vida eterna por medio de sencillamente sintonizar el Canal 21?
Considere esta otra advertencia de Jesucristo: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz [madero de tormento, Traducción del Nuevo Mundo] cada día, y sígame.” (Luc. 9:23, Versión Moderna) ¿Se niega uno a sí mismo y toma su “cruz” por plantarse diariamente ante un televisor? ¿Puede Jesucristo realmente aprobar una religión que promete a las personas una salvación fácil —sin madero de tormento, sin negarse a sí mismo— sencillamente a cambio de un cheque mensual al “ministerio mundial televisivo” de alguien?
Más bien, parece como si la Iglesia Eléctrica fuera un ejemplo del siglo veinte de lo que el apóstol Pablo advirtió a Timoteo cuando le dijo: “Porque habrá un período de tiempo en que no soportarán la enseñanza sana, sino que, de acuerdo con sus propios deseos, acumularán para sí mismos maestros para que les regalen los oídos; y apartarán sus oídos de la verdad, siendo que serán desviados a cuentos falsos.”—2 Tim. 4:3, 4.
¿Por qué están dispuestas ciertas personas a dar millones de dólares para apoyar la Iglesia Eléctrica? Porque se les está diciendo lo que desean oír. Tienen la seguridad de que Dios les va a contestar sus oraciones. No tienen que repudiarse a sí mismas ni ‘llevar una cruz’ ni hacer el trabajo que Cristo hizo, pero están “salvas” y Dios las ama... siempre y cuando sigan enviando esos cheques.


¿Qué les sucederá a las iglesias?... cómo le afecta




Para entender lo que les sucederá a las iglesias, usted primero tiene que comprender por qué se encuentran en tal confusión hoy. La razón básica que da la Biblia es ésta: “¡Miren! ellos han rechazado la mismísima palabra de Jehová, y ¿qué sabiduría tienen?”—Jer. 8:9.
¿Confiaría usted en los garabatos de un nene como un mapa de carreteras para efectuar un viaje peligroso en vez de un mapa preparado por las autoridades de caminos? Usted sabe que se perdería si hiciera eso. Las iglesias han hecho esto con la Biblia. Han abandonado la guía del Creador infalible del hombre y se han dirigido a las ideas de hombres imperfectos, pecaminosos. De modo que ahora las iglesias están perdidas.
Dios inspiró la Biblia como guía para el hombre. Esta nos dice la verdad acerca del Creador, quién es y cuáles son sus propósitos para con el hombre y la Tierra. Se nos asegura: “Toda Escritura es inspirada de Dios y provechosa para enseñar, para censurar, para rectificar las cosas, para disciplinar en justicia, para que el hombre de Dios sea enteramente competente, completamente equipado para toda buena obra.”—2 Tim. 3:16, 17.
El apóstol Pablo apreció la Palabra de Dios, y dijo: “Cuando ustedes recibieron la palabra de Dios, que oyeron de parte de nosotros, la aceptaron, no como palabra de hombres, sino, como lo que verdaderamente es, como palabra de Dios, la cual también está obrando en ustedes los creyentes.” (1 Tes. 2:13) Para salvaguardar a compañeros creyentes, Pablo advirtió: “‘No ir más allá de las cosas que están escritas,’ a fin de que no se hinchen individualmente a favor del uno contra el otro.”—1 Cor. 4:6.
Abandonando la Palabra de Dios
El clero de las iglesias de la cristiandad por lo general no tiene esa actitud para con la Biblia hoy día. Aumenta el número de clérigos que no la aceptan como la Palabra de Dios. Note solo unos cuantos de muchos de esos informes acerca de su verdadera actitud:
El clérigo metodista Robert Anders, de los Estados Unidos: “La Biblia es la mayor colección de mitología en la historia de la civilización occidental.”—Revista Time.
“La principal Iglesia Presbiteriana de los Estados Unidos ha rechazado la doctrina tradicional de que la Biblia es infalible.”—Daily Telegraph, Sydney, Australia.
El deán Rosco Brong, del Colegio Bautista de Lexington, Kentucky: “Las iglesias bautistas están siendo invadidas y su testimonio destruido por un diluvio de infieles que se disfrazan de ministros que son vertidos de los colegios y seminarios modernistas... predicadores infieles que niegan la Biblia, que se sirven a sí mismos en vez de servir a Cristo.”—Ashland Avenue Baptist, Lexington, Kentucky.
Eso representa la tendencia general de hoy entre los clérigos. Aun el Reader’s Digest reconoció esto, al decir: “Hoy muchos de los líderes principales de la iglesia —especialmente en las que se llaman las sectas de la ‘corriente principal’— les están fallando penosamente a sus miembros de dos maneras: 1) sucumbiendo a una tendencia furtiva a rebajar el valor de la Biblia como la Palabra infalible de Dios y 2) por los esfuerzos por cambiar el empuje principal de la iglesia de lo espiritual a lo seglar.”
Matando la creencia en Dios
Al matar la Biblia a los ojos de la gente, el clero ha ayudado a matar la creencia en Dios. Muchas personas razonan que si la Biblia no es la guía de Dios para el hombre, y las iglesias se hallan en tan grande confusión, entonces quizás Dios no exista. Aun el teólogo católico holandés Edward Schillebeeckx reconoció, según informó el semanario alemán Stern, lo siguiente: “Dios ha sido borrado por el cuadro que las iglesias han pintado de él por muy, muy largo tiempo.”
Dios también ha sido “borrado” de la mente de muchos de los que se suponía que enseñaran a la gente acerca de él... el clero. En una encuesta de clérigos efectuada por la revista McCall’s, se reveló lo siguiente: “Una cantidad considerable rechazaba del todo la idea de un Dios personal.”
Aunque el matar así la Biblia y la creencia en Dios por el clero ha cobrado velocidad en años recientes, realmente no es nuevo. El Colonist de Victoria, Colombia Británica, declaró: “Las llamadas ideas modernas acerca de la Biblia se han enseñado a todo estudiante de teología anglicano y de la Iglesia Unida desde 1920.” Esto aplica a estudiantes de prácticamente todo seminario del mundo. En consecuencia, el comentarista Louis Cassels, en un despacho de Prensa Unida Internacional, dijo:
“La gente acude a la iglesia, y especialmente a sus ministros ordenados, para que éstos les ayuden a encontrar su camino hacia una fe en Dios que sea viva, renovadora y transformadora. Pero, ¿cómo puede un pastor dirigir a ninguna otra persona a esa fe si él mismo no la tiene, como lo confiesa privadamente que no la tiene una cantidad considerable de ministros jóvenes (y algunos no tan jóvenes)?”
Cassels también dijo: “Mientras más famoso sea el seminario, más corrosivo puede ser el ambiente de escepticismo que prevalezca en su facultad y cuerpo estudiantil.”
¿Qué hay de su clérigo?
¿Le ha enseñado su clérigo la Palabra de Dios? ¿Ha aprendido usted de él las respuestas de la Biblia a preguntas vitales como éstas: ¿Por qué muere el hombre? ¿Dónde están los muertos? ¿Por qué ha permitido Dios por tanto tiempo la iniquidad? ¿Cuál es el remedio de Dios para las dificultades de este mundo? ¿Qué encierra el futuro para usted?
Es verdad que su clérigo quizás diga que respeta la Biblia. Hasta quizás cite de ella. Pero, ¿la acepta toda como la Palabra inspirada de Dios? ¿Realmente le ha enseñado a usted de ella? Usted puede averiguarlo rápidamente aplicando esta prueba sencilla: ¿Puede usted dirigirse a la Biblia y mostrarle a otra persona las respuestas a las preguntas del párrafo anterior?
Además, ¿tolera su religión a clérigos que no aceptan la Biblia como la Palabra de Dios? ¿Defiende su propio clérigo la Biblia contra estos enemigos de la Palabra de Dios que aumentan en todas las iglesias de la cristiandad? La Biblia advierte: “Un poco de levadura hace fermentar toda la masa.” (Gál. 5:9) Una manzana podrida, si no se quita, echa a perder todas las demás de la caja. Pero los sistemas eclesiásticos no han quitado de sus filas a los clérigos que rebajan el valor de la Biblia; más bien, a éstos se les sigue aceptando. Es por eso que las iglesias están tan cabalmente infectadas de enseñanzas impías.
Pagando el precio
La Biblia también advierte: “Cualquier cosa que el hombre esté sembrando, esto también segará.” (Gál. 6:7) El clero ha sembrado falta de respeto a la Biblia y a su Autor, Jehová Dios. Su cosecha no puede ser buena.
El clero ya está segando algo de esa cosecha: gran confusión en las iglesias; miembros de las iglesias que salen por decenas de miles; disminución veloz en la matrícula de seminarios y órdenes religiosas; sacerdotes, ministros y monjas que renuncian en cantidades que establecen marcas.
Puesto que el clero dice que ya no debe confiarse en la Biblia y hasta pone en tela de juicio la creencia en la existencia de Dios, ahora lógicamente muchas personas se preguntan para qué necesitan al clero. En consecuencia, ¡el clero ha sembrado las semillas de su propia destrucción! Como dijo el Evening Post de Lancashire, Inglaterra, del 12 de noviembre de 1969:
“La autoridad perdida del púlpito así como el menos respeto a las declaraciones que hacían los ministros eclesiásticos se debían principalmente al menos respeto a la Biblia, alegó el Rdo. Frank Ockenden, ministro superintendente del Circuito Metodista de Garstang.
“En su boletín informativo mensual, dice: ‘Habiéndoseles dicho por tantos cuyo puesto exige que enseñen que la Biblia es la palabra de Dios que no lo es, se ha destruido una autoridad para la cual no hay sustituto.’ . . .
“El resultado ha sido una pérdida desastrosa de confianza en la religión cristiana y un abandono de las normas cristianas de comportamiento moral.”
El futuro
Sin embargo, no crea que el futuro de las iglesias solo será una disminución continua de miembros y clérigos. Es cierto que es probable que eso continúe cobrando velocidad en los siguientes pocos años. Pero algo mucho más serio que eso les espera.
Jesucristo dijo: “Un árbol bueno no puede dar fruto inservible, tampoco puede un árbol podrido producir fruto excelente. Todo árbol que no produce fruto excelente llega a ser cortado y echado al fuego.”—Mat. 7:17-19.
¿Qué clase de “fruto” está produciendo el clero? Puesto que están apartando de Dios y de su Palabra a la gente, la respuesta verídica debe ser que están produciendo “fruto inservible.” ¿Qué clase de “árbol” dijo Jesús que produce esa clase de fruto? Un “árbol podrido.” ¿Qué le pasará a esa clase de “árbol”? “Llega a ser cortado y echado al fuego.”
No se equivoque. El clero de la cristiandad NO está sirviendo a Dios en la actualidad. NO constituyen sus representantes. A ellos Jehová dice en realidad: “Yo mismo no los envié ni les di orden. Así es que de ninguna manera aprovecharán a este pueblo.” (Jer. 23:32) Pregúntese: Si Dios estuviera con las iglesias, ¿estarían en tal confusión hoy? El Organizador del fantástico universo de miles de millones de estrellas y planetas... ¿no podría organizar las iglesias si fueran suyas? Su mismísima condición es prueba de que Dios no está con ellas, porque “Dios no es Dios de desorden, sino de paz.”—1 Cor. 14:33.
¿Cuál, entonces, es el juicio de Dios para las iglesias? Hablando de toda la religión falsa como si fuese una ramera, dice la Biblia: “En un solo día vendrán sus plagas, muerte y lamento y hambre, y será quemada por completo con fuego, porque fuerte es Jehová Dios que la juzgó.” (Rev. 18:8) Fuerzas destructoras “harán que quede devastada y desnuda, y se comerán sus carnes y la quemarán por completo con fuego.”—Rev. 17:16.
Ese juicio de Dios librará a la Tierra para siempre de las iglesias y de los clérigos que apartan a la gente de la adoración correcta de Dios: “Nunca volverá a ser hallada.” (Rev. 18:21) Entonces, Dios dirigirá su atención al resto de este mundo inicuo, incluso a los otros que odian a Dios y su Palabra. La Biblia claramente muestra que su fin también se acerca, pues la destrucción de la religión falsa llega precisamente antes de que Dios destruya al resto de este inicuo sistema de cosas.—Rev. 19:17-21.
De modo que el significado verdadero de lo que sucede en las iglesias es que estamos muy cerca del tiempo en que “el mundo va pasando y también su deseo, pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre.”—1 Juan 2:17.
Por lo tanto, el hacer la voluntad de Dios en estos días es asunto de vida o muerte para todos nosotros. Por eso es urgente que usted examine ahora su relación con Dios. Nada de lo que usted haga en los siguientes pocos años será más importante que eso. Le es necesario averiguar si su manera de adorar es la que Dios aprueba, porque usted podría estar relacionado con una religión que Dios ha abandonando a la destrucción.


¿Promoción de pornografía por las iglesias?


 La Junta Metodista de Discipulado emitió una resolución en la que se declaraba que 10 películas destinadas a dar consejo sobre asuntos sexuales podían continuar usándose para auditorios limitados. Pero un miembro disidente de la Junta hizo el siguiente comentario: “Ni las películas, ni los foros [para dar consejo sobre el sexo], tenían base bíblica. Las películas muestran a hombres y mujeres en el acto de masturbarse, y también muestran la homosexualidad masculina y femenina. Cada una de estas películas era completamente explícita... iba desde el punto de desvestirse hasta el del orgasmo.” Ted McIlvenna, ministro metodista de San Francisco que hizo la mayoría de las películas, las defendió, haciendo notar que “las filmaron y produjeron ministros metodistas.” Se dice que durante siete años aproximadamente 73.000 personas habían visto estas películas explícitas.


Predican por paga



Sacerdotes de la Iglesia Luterana de Suecia se han quejado de su paga porque, según informes, su salario es “bajo en comparación con el de otras profesiones que requieren menos estudio o adiestramiento”. Sin embargo, según el servicio de noticias del Concilio Mundial de Iglesias, ahora se esperan mejoras. Después de “una campaña larga y, en parte, amarga”, recientemente los sacerdotes han obtenido una semana de 40 horas de trabajo. Pero ¿qué sucede si los suecos necesitan ayuda sacerdotal después de las horas laborales? El nuevo acuerdo laboral también garantiza pago de horas extraordinarias por cada hora adicional de atención pastoral. Se espera que este salario por tiempo extraordinario aumente en de 10 a 12% el ingreso anual de los sacerdotes.

En contraste con esta preocupación de los sacerdotes suecos por mejor salario por sus servicios, cuando Jesús envió a sus discípulos a predicar les dijo: “Recibieron gratis; den gratis. No consigan oro, ni plata, ni cobre para las bolsas de sus cintos”. (Mateo 10:8, 9.) ¿Qué quiso decir Jesús? Las buenas nuevas del Reino no habían de ser comercializadas, ni habían de usarse para provecho personal egoísta. Los discípulos se adhirieron a la guía de Jesús y cumplieron su ministerio. ¿Por qué? Porque Dios los sostuvo en el ministerio.

¿Por qué callaron las iglesias?


EL 8 de diciembre de 1993, el profesor Franklin Littell, de la Universidad de Baylor, habló en el Museo del Holocausto de Estados Unidos sobre una “verdad concreta” que turba el ánimo. ¿Cuál era?
Dicha verdad, dijo Littell, es que “seis millones de judíos fueron perseguidos y asesinados sistemáticamente en pleno corazón de la cristiandad por católicos, protestantes y ortodoxos bautizados, que nunca fueron amonestados ni mucho menos excomulgados”. Sin embargo, hubo una voz que no cesó de denunciar el entrometimiento del clero en el gobierno de Hitler. Esa voz, como hemos visto, fue la de los testigos de Jehová.
Hitler y otros tantos cabecillas de su régimen eran miembros bautizados de la Iglesia Católica. ¿Por qué no se les excomulgó? ¿Por qué se abstuvo la Iglesia Católica de condenar los horrores perpetrados por estos hombres? ¿Por qué callaron también las iglesias protestantes?
¿Guardaron realmente silencio las iglesias? ¿Hay pruebas de su cooperación con el esfuerzo bélico de Hitler?
El papel de la Iglesia Católica
El historiador católico E. I. Watkin escribió: “Aunque sea doloroso admitirlo, no podemos negar ni pasar por alto, en pro de un supuesto bien espiritual o de una falsa lealtad, el hecho histórico de que los obispos han apoyado siempre todas las guerras libradas por los gobiernos de sus respectivos países. [...] En lo que respecta al nacionalismo beligerante, han actuado como los portavoces del César”.
Cuando Watkin mencionó que los obispos de la Iglesia Católica ‘habían apoyado siempre todas las guerras libradas por los gobiernos de sus países’, incluyó las guerras de agresión de Hitler. Como admitió Friedrich Heer, profesor católico de Historia de la Universidad de Viena (Austria): “En la cruda realidad de la historia alemana, la cruz y la esvástica se fueron acercando cada vez más, hasta que la esvástica proclamó el mensaje de la victoria desde las torres de las catedrales alemanas, las banderas con la esvástica aparecieron en los altares, y los teólogos, pastores, clérigos y políticos católicos y protestantes aclamaron la alianza con Hitler”.
Tal fue el apoyo incondicional prestado por los jerarcas de la Iglesia a las guerras hitlerianas, que el profesor católico Gordon Zahn comentó: “Cualquier católico alemán que acudía a sus superiores religiosos en busca de guía espiritual y dirección respecto a prestar servicio en las guerras de Hitler, recibía prácticamente las mismas respuestas que hubiera recibido del propio dirigente nazi”.
El hecho de que los católicos siguieron obedientemente la dirección de sus líderes eclesiásticos fue documentado por el profesor Heer, quien dijo: “De los cerca de treinta y dos millones de católicos alemanes —quince millones y medio de los cuales eran varones— solo siete [individuos] rehusaron abiertamente prestar servicio militar; seis de estos eran austriacos”. Pruebas más recientes indican que unos cuantos católicos más, y también algunos protestantes, opusieron resistencia al Estado nazi a causa de sus convicciones religiosas. Algunos incluso pagaron con su vida, en tanto que sus jefes espirituales se vendieron al Tercer Reich.
Quién más calló, y quién no
Como se ve, el profesor Heer incluyó a los líderes protestantes entre los que “aclamaron la alianza con Hitler”. ¿Es cierta su afirmación?
Muchos protestantes se han recriminado amargamente el silencio que guardaron durante las guerras de agresión de Hitler. Por ejemplo, en octubre de 1945 tuvo lugar una reunión de once destacados clérigos para redactar la llamada Confesión de Culpa de Stuttgart, en la que manifestaron: “Nos acusamos de no haber sido más valientes al declarar nuestras convicciones, más leales al decir nuestras oraciones, más gozosos al expresar nuestra fe y más ardientes al demostrar nuestro amor”.
La historia del cristianismo, de Paul Johnson, refiere: “De un total de 17.000 pastores evangélicos, nunca hubo más de cincuenta que cumpliesen penas prolongadas [por no apoyar al régimen nazi]”. Contrastando a aquellos pastores con los testigos de Jehová, Johnson escribió: “Los más valerosos fueron los Testigos de Jehová, que afirmaron su oposición doctrinaria directa desde el principio y sufrieron las consecuencias. Se negaron a cooperar con el Estado nazi”.
En 1939, año en que estalló la II Guerra Mundial, Consolation citó las siguientes palabras del ministro protestante T. Bruppacher: “Aunque los hombres que se dicen cristianos han fallado en las pruebas decisivas, estos desconocidos testigos de Jehová, como mártires cristianos, mantienen una resistencia inquebrantable frente a la coacción de su conciencia y la idolatría pagana. Algún día, el historiador futuro deberá reconocer que no fueron las grandes iglesias, sino estas personas calumniadas y escarnecidas, las primeras en hacer frente a la ira del demonio nazi [...]. Se niegan a adorar a Hitler y la esvástica”.
En parecidos términos se expresó más tarde Martin Niemoeller, pastor protestante que estuvo en un campo de concentración: ‘Puede decirse sinceramente que en todas las épocas las iglesias cristianas siempre han consentido en bendecir las guerras, las tropas y las armas, y han orado de una forma muy poco cristiana por la aniquilación de sus enemigos’. Y admitió: “Todo esto es culpa nuestra y de nuestros padres; obviamente no es culpa de Dios”.
A lo anterior agregó: “Y pensar que los cristianos de hoy nos avergonzamos de la llamada secta de los estudiantes serios de la Biblia [testigos de Jehová], centenares, e incluso millares, de los cuales han sido enviados a los campos de concentración y han muerto por negarse a prestar servicio en la guerra y a disparar a seres humanos”.
Susannah Heschel, profesora de Estudios Judaicos, descubrió varios documentos que demuestran que el clero luterano deseaba, sí, ansiaba, apoyar a Hitler. Según ella, los líderes clericales rogaron que se les concediera el privilegio de desplegar la esvástica en sus iglesias. La abrumadora mayoría de los eclesiásticos no fueron colaboradores obligados, como lo revelan las pruebas, sino apoyadores fervorosos de Hitler y sus ideales arios.
Durante las conferencias de la profesora Heschel, los concurrentes suelen preguntarle: “¿Qué más pudimos haber hecho?”.
“Pudieron haber imitado a los testigos de Jehová”, replica ella.
Por qué callaron
La razón por la que las iglesias callaron es evidente. Se debió a que la clerecía y sus rebaños habían abandonado las enseñanzas de la Biblia en favor de la cooperación con el estado político. En 1933, la Iglesia Católica firmó un concordato con los nazis. El cardenal Faulhaber escribió a Hitler: “Este apretón de manos con el Papado [...] es un hecho de valor incalculable. [...] ¡Quiera Dios conservar al canciller al frente de nuestro pueblo!”.
En efecto, la Iglesia Católica, al igual que otras confesiones, pasaron a ser agentes del perverso gobierno de Hitler. A pesar de las palabras de Jesús de que sus seguidores “no son parte del mundo”, las iglesias y su grey fueron parte integrante del mundo de Hitler. (Juan 17:16.) En consecuencia, no denunciaron los horrores que los nazis cometieron contra la humanidad en los campos de exterminio.
Cierto es que algunos católicos, protestantes y miembros de otras religiones se opusieron con valentía al Estado nazi. Pero mientras algunos lo pagaban con su vida, sus cabezas espirituales, que alegaban servir a Dios, servían de marionetas del Tercer Reich.
Mas hubo una voz que no dejó de oírse. Si bien los medios de comunicación en conjunto pasaron por alto el protagonismo de las iglesias en el drama nazi, los testigos de Jehová se sintieron obligados a denunciar la traición y la hipocresía del clero, dando detalles de su complicidad entre bastidores. Durante los años treinta y cuarenta, las páginas de la revista precursora de ¡Despertad! y otras publicaciones hicieron fuertes acusaciones contra las organizaciones religiosas que se convirtieron en instrumentos del nazismo.
Se reconoce a los auténticos seguidores de Cristo
Los testigos de Jehová son del todo diferentes de las religiones del mundo. No siendo parte de este, se abstienen de intervenir en las guerras de las naciones. En obediencia a las instrucciones de Dios, ‘han batido sus espadas en rejas de arado’. (Isaías 2:4.) Y en obediencia a los mandatos de Cristo, se aman unos a otros. (Juan 13:35.) Esto significa que nunca van a la guerra ni se atacan entre sí.
Cuando se trata de identificar a los auténticos adoradores de Dios, la Biblia dice claramente: “Los hijos de Dios y los hijos del Diablo se hacen evidentes por este hecho: Todo el que no se ocupa en la justicia no se origina de Dios, tampoco el que no ama a su hermano. Porque este es el mensaje que ustedes han oído desde el principio, que debemos tener amor unos para con otros; no como Caín, que se originó del inicuo y degolló a su hermano”. (1 Juan 3:10-12.)
En efecto, la historia da testimonio de que los testigos de Jehová siempre han mostrado amor al prójimo, incluso ante intensa presión. Cuando Hitler declaró la guerra por toda Europa, los Testigos se mantuvieron firmes ante los brutales esfuerzos nazis por hacer que participaran en la orgía de sangre. La profesora Christine King resumió muy bien el asunto: “Los testigos de Jehová sí dejaron oír su voz. La dejaron oír desde el principio, al unísono. Y hablaron con tal valentía, que nos han dado una lección”.
Hasta que este mundo goce de seguridad bajo el mando amoroso del gobierno de Jehová, libre de guerras y maldad, los testigos de Jehová dejarán oír su voz. Mientras sea la voluntad del Señor Soberano Jehová, esta revista continuará denunciando las perversidades del mundo satánico y proclamando la única esperanza verdadera para la humanidad, el Reino de Dios. (Mateo 6:9, 10.)


¿Por qué atraen tanto las modas?



Avery es uno de los miles, o quizás millones, de adolescentes a quienes ha cautivado la moda de las camisetas con lemas. Este tipo de camisetas no son, ni mucho menos, nuevas; tal vez hasta se las ponían tus padres cuando eran jóvenes. No obstante, la revista Newsweek explica en qué consiste la novedad. Algunos muchachos ahora “lucen camisetas con mensajes que parecen sacados directamente de los bajos fondos”.
La mayoría de las frases que aparecen en los últimos modelos son simplemente impronunciables. Van desde los ataques racistas hasta los comentarios groseros sobre las mujeres. Parece que a los adictos a esta manía les preocupa muy poco la opinión de los demás, incluidos sus padres, sobre los lemas desagradables. Cuando Andrea, de 18 años, le preguntó a un chico por qué tenía puesta una camiseta muy ofensiva, “este no supo qué decir y se limitó a salir con excusas como ‘Es súper’ y ‘Todo el mundo la lleva’”.
En los últimos decenios cientos de modas han cautivado a la juventud. Una de las más populares y lucrativas de todos los tiempos fue la fiebre del hula-hula (hula-hoop), el aro que hizo furor en Estados Unidos durante la década de los cincuenta. Si nos remontamos unos cuantos años más, hallaremos que era popular tragar vivos peces de colores y ver cuántas personas cabían en una cabina telefónica. En fechas más recientes se ha estilado bailar break, llevar pantalones vaqueros descoloridos, montar en monopatines (patinetas) y hacer streaking (correr desnudo en público). Es como dijo un escritor bíblico: “La escena de este mundo está cambiando”. (1 Corintios 7:31.) Hoy en día, los jóvenes siguen una multitud de modas, que oscilan entre lo alocado y lo peligroso.
Los jóvenes y la indumentaria de moda
Tomemos por ejemplo la ropa. Según la revista Time, la música rap (también llamada hip-hop) “probablemente sea el producto estadounidense de más éxito desde la invención de los microcircuitos, pues se ha infiltrado en la cultura juvenil de todo el mundo y prácticamente la ha dominado”. Pero el rap, como bien sabes, es mucho más que música. La revista sigue diciendo: “El rap es también un artículo de consumo de la moda mundial. Por todas partes se ven modificaciones locales de este estilo norteamericano de ropa de calle, que se distingue por los pantalones muy holgados, el calzado deportivo caro, las sudaderas con capucha y las joyas relumbrantes”. Los grupos populares y los vídeos promocionales realizan un bombardeo publicitario que provoca una creciente demanda de prendas raperas.
El estilo superholgado no es nada barato: tan solo el calzado deportivo de caña alta cuesta un dineral. Con todo, a muchos jóvenes les parece que lo vale. Según un chico llamado Marcus, “si no llevas ropa muy ancha, no eres un hip-hop”.
Y eso es justo lo que pretenden los jóvenes que eligen la estética grunge (desastrada). Algunas bandas de rock marginales que tocan en Estados Unidos han popularizado los pantalones vaqueros desgarrados y las camisas a cuadros que caracterizan esta tendencia indumentaria. Una escritora llamó a esta línea “pobreza de quita y pon”. Y sin duda no es más que pura fachada, pues la imagen desharrapada no es nada barata. Por otro lado están las modas “retro”. Según la revista canadiense Maclean’s, abarcan “estilos que evocan las líneas de finales de los sesenta y principios de los setenta”. Los adultos contemplan, entre divertidos y asombrados, cómo los jóvenes pagan precios desorbitantes por artículos que parecían haberse ido hace tiempo de la mano de la música disco, como los zapatos de plataforma y los pantalones acampanados.
La tecnología también crea moda
El buscapersonas (también llamado mensáfono, localizador y beeper) es otro ejemplo de cómo la creatividad juvenil puede convertir casi cualquier cosa en el último grito. Aunque al principio lo utilizaban los médicos y otros profesionales a quienes se debe poder localizar en todo momento, no tardó en hacerse popular entre los traficantes de drogas urbanos. Este aparato permitía al vendedor concertar cómodamente las citas con los posibles compradores de estupefacientes. Según The New York Times, “el uso [de los buscapersonas] estaba tan generalizado que se convirtieron en emblema del mundo de la droga”. No es de extrañar que las juntas escolares estadounidenses decidieran prohibir estos minidispositivos en los centros docentes.
Pero la medida ha tenido escaso éxito. Los buscapersonas se han puesto en boga entre la juventud urbana. Algunos chicos los utilizan debidamente, como medio de comunicación que permite a sus padres saber dónde están o avisarlos en caso de emergencia. Para muchos jóvenes, sin embargo, este receptor no es más que un accesorio de moda. Según explica el Times, “los adolescentes esconden los localizadores en las mochilas, los bolsillos de las chaquetas y los cinturones. Hay unidades incorporadas en relojes de pulsera, corbatas y bolígrafos; los buscapersonas pueden ser azules, rosas y rojos, si bien persisten los viejos receptores sencillos de colores negro y pardo”. Aunque algunos adultos todavía relacionan los mensáfonos con la toxicomanía, un policía neoyorquino comenta: “No es más que un fulminante éxito de ventas. Es cierto que algunos muchachos que lo tienen están metidos en las drogas, pero la mayoría no. Tan solo es una fiebre”.
Novedades extravagantes y peligrosas
Mientras que los nuevos diseños del vestir pueden ser tolerables en el mejor de los casos, y ofensivos en el peor, algunas tendencias populares parecen atentar contra todo sentido común. Para tener el aire demacrado de las supermodelos, muchas jóvenes siguen las dietas del momento sin pensar apenas en el efecto que tendrán en su salud y bienestar. “Ponerse a régimen es una manía nacional [en Estados Unidos] —explica Alvin Rosenbaum—. Eche un vistazo a una lista cualquiera de los diez libros más vendidos y normalmente encontrará un libro de dieta.” Rosenbaum agrega que muchos de estos éxitos editoriales favorecen regímenes dietéticos de dudosa eficacia. Un buen número de expertos acusan a la obsesión con la delgadez de provocar un inquietante aumento de los trastornos del apetito —como la anorexia nerviosa— en los adolescentes.
Otros métodos de embellecimiento personal que están en boga son igual de peligrosos y estrafalarios. Según un artículo de la revista Newsweek, “el tatuaje, el arte de los pueblos primitivos y los marginados, se va introduciendo con paso firme en la corriente principal de la sociedad”. A imagen y semejanza de ciertas estrellas del cine y roqueros de heavy metal, algunos jóvenes se empeñan en tatuarse permanentemente en el torso un dibujo complicado. No parece que les preocupen las advertencias médicas sobre el riesgo de contraer hepatitis y las reacciones alérgicas a las tintas del tatuaje.
¿Y qué se puede decir de la estrambótica manía de hacerse perforaciones corporales? Aunque en ciertas culturas es costumbre horadarse la oreja, algunas personas se han extralimitado irracionalmente y se han practicado agujeros en la lengua y en el ombligo para lucir joyas ostentosas. Si un joven desea ofender a sus padres, una de las mejores cosas que puede hacer es ponerse una gran nariguera.
¿Cuál es el trasfondo de las modas?
El libro Adolescents and Youth (Adolescentes y jóvenes) define la moda como “estilo esporádico y fugaz que raya en el sectarismo. Por definición, las modas son temporales e impredecibles, y predominan sobre todo entre los adolescentes”. Ahora bien, ¿cuál es la razón de que a millones de jóvenes les dé por llevar pantalones holgados y buscapersonas? A los fabricantes y a los agentes de publicidad les encantaría tener una respuesta científica a esta pregunta. Como admitió un artículo de la revista británica The Economist, “parece imposible hallar una explicación racional a las modas y las manías”.
No obstante, el libro Adolescents and Youth ofrece las siguientes razones: “Hay varios factores que pueden explicar el auge de las modas: el deseo de llamar la atención, la presión del grupo para conformarse a sus valores, la necesidad de diferenciarnos como personas y como grupos de coetáneos, y la fascinación por las rarezas”. Un adolescente lo resumió de esta manera: “La escuela secundaria es una buena ocasión para hacer locuras y desahogarte”.

La Biblia no critica el comportamiento juvenil. De hecho, llega a decir: “Disfruta, joven, en tu adolescencia y sé feliz en tu juventud; sigue tus sentimientos, da cauce a tus ilusiones”. Sin embargo, las Escrituras agregan este consejo: “Ten presente que de todo esto te juzgará Dios”. (Eclesiastés 11:9, La Casa de la Biblia.) Este consejo nos da en qué pensar. ¿Cuál debe ser la reacción del joven cristiano ante las nuevas tendencias de la moda? ¿Debería ser vanguardista e ir a la última moda? 

Polémica respecto al bautismo


Colorado Springs (E.U.A.),  se convirtió en uno de los principales centros de evangelización de la cristiandad, fue hace una décadas el escenario de una polémica sobre determinados métodos de conversión infantil. El diario The Denver Post informaba que la Iglesia Bautista de Cornerstone utilizaba un flota de dieciséis autobuses para recorrer la zona buscando niños, a los que atraían con promesas de darles dulces y gaseosas y llevarlos a un parque de atracciones. Muchos padres dejaron a sus hijos ir al parque, pero se disgustaron cuando estos les contaron al regresar a casa que los habían bautizado. Por lo común, estos “evangelistas” obtienen una autorización escrita de los padres antes de bautizar a los niños, pero a veces pasaron por alto esa norma. Según el Post, el ministro de la iglesia dijo de tal autorización escrita: “Nos hace perder mucho tiempo”.


“Oyó mi oración sincera”


Cuando Alfredo Amador era pequeño, su padre le mostraba los cielos estrellados y le decía los nombres de algunas constelaciones. También le decía que todas las había creado Dios. El padre de Alfredo murió antes de que este cumpliera los 10 años. Alfredo, que entonces vivía en Turmero, en el estado de Aragua, comenzó a abrigar dudas sobre su religión. No le parecía correcto que el cura cobrara por hacer plegarias por los muertos o que los ricos pudieran sacar del purgatorio a sus parientes antes que los pobres. Lleno de dudas, se entregó a la borrachera, la inmoralidad sexual, la violencia y las drogas. Al empezar a segar las consecuencias de lo que había sembrado, se puso a buscar una salida, y se acordó de aquellas noches en las que contemplaba el cielo con su padre.
Él relata: “Una tarde que me sentía completamente desesperado le pedí a Dios con lágrimas en los ojos que me permitiera conocerle. Al parecer oyó mi oración sincera, pues a la mañana siguiente llamaron a mi puerta dos testigos de Jehová. Tuvimos conversaciones muy interesantes, pero yo no aceptaba el estudio bíblico. Quería leer la Biblia por mi cuenta, aunque acepté ir al Salón del Reino. El hermano que me visitó también me llevó a una asamblea en Cagua. Mientras escuchaba los discursos, me di cuenta de que había encontrado la verdad. Cuando los que iban a bautizarse se levantaron para contestar las preguntas, yo también me puse de pie”.
Alfredo se sorprendió al ver que todos los que se habían puesto de pie estaban en una sección del auditorio, mientras que él estaba en otra, pero se puso con ellos en la fila para el bautismo. Alguien que lo vio le preguntó a qué congregación pertenecía. Ni siquiera sabía que las congregaciones tuvieran nombre. Pronto se dio cuenta de que en realidad no estaba listo para bautizarse.
No mucho tiempo después se casó con la mujer con la que vivía y, gracias a la ayuda de un estudio sistemático de la Biblia, llenó los requisitos para acompañar a los hermanos en la predicación de casa en casa. En 1975 se bautizó junto con su esposa. Ahora es anciano cristiano en Maracay. Espera el día en que su padre sea resucitado en el nuevo sistema de Dios; entonces podrá decirle que el Creador de quien le habló hace tantos años se llama Jehová y animarlo a conocerlo bien.


¿Son los desastres naturales un castigo de Dios?


Dios no se vale de los desastres naturales para castigar a nadie. Nunca lo ha hecho, y nunca lo hará. ¿Por qué? Porque, como dice la Biblia en 1 Juan 4:8, “Dios es amor”.
Dios lo hace todo por amor. Y el amor no hace sufrir a los inocentes, o, según palabras textuales de la Biblia, “el amor no obra mal al prójimo” (Romanos 13:10). Además, “Dios mismo no obra inicuamente” (Job 34:12).
Pero ¿no predijo la Biblia que en nuestros días habría “grandes terremotos” y otros muchos desastres? (Lucas 21:11.) Sí, es cierto. No obstante, tal como el meteorólogo que pronostica la llegada de un huracán no es culpable de los daños que este ocasiona, Jehová tampoco es culpable de la devastación causada por los desastres profetizados en su Palabra, la Biblia. Y si Dios no es el causante de los desastres naturales que tanto sufrimiento ocasionan, entonces, ¿a qué se deben?
La Biblia revela que “el mundo entero yace en el poder del inicuo”, el Diablo (1 Juan 5:19). Él ha sido homicida desde que comenzó su trayectoria de rebelión, en los orígenes de la humanidad, y sigue siéndolo en nuestros días (Juan 8:44). Por lo tanto, ve la vida humana como algo sin valor que puede desecharse en cualquier momento. Siendo él ambicioso y egoísta, no es de extrañar que haya creado un sistema mundial que explota a la gente por puro egoísmo. La situación ha llegado a tal punto que muchas familias se ven obligadas a vivir en zonas de peligro, zonas en las que hay muchas posibilidades de que se produzcan desastres provocados por la naturaleza o por el hombre (Efesios 2:2; 1 Juan 2:16). De modo que la causa de algunas de las calamidades que sufren las víctimas es la codicia del hombre (Eclesiastés 8:9). ¿Es exagerada esta afirmación?
Es sorprendente ver la multitud de víctimas que hubo en la costa de Venezuela cuando avalanchas de lodo sepultaron sus hogares. En esas ocasiones y otras semejantes, fenómenos naturales como el viento y la lluvia tuvieron efectos catastróficos mayormente por culpa del hombre: el desconocimiento del medio ambiente, la mala construcción, los errores de planificación, los desatinos burocráticos y, por último, pero no menos importante, la negativa a obedecer las advertencias.
Ahora bien, ¿ha provocado Dios directamente algún desastre? Sí, aunque a diferencia de los desastres producidos por la naturaleza o por el hombre, los que Dios ocasionó fueron selectivos, tuvieron un propósito y ocurrieron en muy contadas ocasiones. Dos ejemplos los tenemos en el diluvio universal, acaecido en los días del patriarca Noé, y en la destrucción de las ciudades de Sodoma y Gomorra en los días de Lot (Génesis 6:7-9, 13; 18:20-32; 19:24). Aquellos castigos divinos acabaron con los malvados incorregibles y conservaron con vida a las personas que eran justas a los ojos de Dios.
De hecho, Jehová Dios tiene los medios para poner fin a todo el sufrimiento humano y corregir los efectos causados por los desastres naturales. Pero no solo eso: también puede y desea hacerlo. Para realizar su propósito, Dios ha nombrado Rey a su Hijo Jesucristo, quien “librará al pobre que clama por ayuda, también al afligido y a cualquiera que no tiene ayudador” (Salmo 72:12).



Venezuela

En el oeste del país, los hermanos de la ciudad de Machiques fueron a predicar a un territorio indígena en los límites con Colombia que se trabaja muy de vez en cuando. ¡Todo el mundo los escuchó! El líder de la comunidad Yukpa les dio permiso para celebrar por primera vez la Conmemoración en esa zona. Los vecinos y la escuela prestaron sus sillas, y acudieron más de doscientas personas. Después de la reunión, el líder habló respetuosamente en nombre de la comunidad: “Queremos agradecer a los testigos de Jehová. Esperamos que esta no sea su última visita. Ustedes nos enseñan la verdad, y son muy bienvenidos”. Ya hay más de cincuenta personas estudiando la Biblia semanalmente.

“¿Y cuánto tiempo van a quedarse ustedes?”


El 2 de junio de 1946, poco después de la visita del hermano Knorr, llegaron los otros dos misioneros asignados a Venezuela. Se trataba de Donald Baxter y Walter Wan. El joven Rubén Araujo estaba presente para recibirlos en Caracas. Mirándolos con ciertas dudas, seguramente con la experiencia del anterior misionero fresca en la memoria, Rubén les preguntó en un inglés deficiente: “¿Y cuánto tiempo van a quedarse ustedes?”.
Rubén había programado un Estudio de La Atalaya para el mismo día que llegaron los misioneros. Trató de poner en práctica las instrucciones que le había dado el hermano Franz. Lo hizo lo mejor que pudo, pero era un estudio de un solo hombre: leía la pregunta, la contestaba él mismo y después leía el párrafo. Recordaba que el estudio no debía durar más de una hora, de modo que, obedientemente, lo acabó a la hora indicada, aunque solo había abarcado diecisiete párrafos y el artículo tenía algunos más. Adquiriría experiencia con tiempo y paciencia.
Cuando Rubén Araujo reflexiona hoy en la marcha repentina del primer misionero, dice: “El vacío que dejó lo llenaron en poco tiempo los dos nuevos misioneros de Galaad. ¡Qué felices nos sentíamos con esta nueva dádiva de la organización de Jehová en la forma de estos misioneros que habían venido para ayudarnos en la Macedonia venezolana!”. (Compárese con Hechos 16:9, 10.) El hermano Knorr le había dicho al hermano Baxter: “Quédese en su asignación, así le cueste la vida”. Pues bien, no le ha costado la vida, pues el hermano Baxter todavía sirve en Venezuela casi cincuenta años después.
Adaptación al nuevo ambiente
El primer hogar misional de Caracas se encontraba en el número 32 de la avenida Bucares, en un barrio llamado El Cementerio. Aquí también se abrió la sucursal, el 1 de septiembre de 1946, con Donald Baxter como siervo de sucursal. Las condiciones de vida no eran ni mucho menos las idóneas. La carretera estaba sin pavimentar y no había agua corriente. Como es de suponer, los misioneros sintieron un gran alivio en 1949, cuando la sucursal y el hogar misional se mudaron de El Cementerio a El Paraíso, un lugar con agua corriente.
El hermano Baxter recuerda los problemas y la frustración de los misioneros al aprender español. Tenían muchas ganas de utilizar lo que habían aprendido en Galaad para ayudar a los hermanos, pero cuando llegaron, aún no podían comunicarse. No obstante, esta dificultad temporal quedó compensada con creces por los buenos resultados en la predicación. El hermano Baxter recuerda la primera vez que predicaron en la calle: “Decidimos ir al centro, a un lugar conocido como El Silencio, a ver qué ocurría. Mi compañero, Walter Wan, se puso en una esquina y yo en otra. La gente sintió una gran curiosidad; nunca habían visto nada semejante. Casi no tuvimos que hablar. La gente literalmente hizo fila para obtener las revistas, y las distribuimos todas en diez o quince minutos. ¡Qué distinto de lo que estábamos acostumbrados en Estados Unidos!”. Walter Wan dijo: “Al hacer inventario, descubrí asombrado que en cuatro días memorables de alabanza a Jehová en las calles y las plazas de mercado, como hacían Jesús y los apóstoles, había colocado 178 libros y Biblias”.
El primer informe que envió la sucursal a la central de Brooklyn (Nueva York) indicaba que había un total de diecinueve publicadores, incluidos los dos misioneros y cuatro precursores regulares, a saber, Eduardo Blackwood, Rubén Araujo, Efraín Mier y Terán y Gerardo Jessurun. Eduardo Blackwood había empezado a servir de precursor el mes de la visita del hermano Knorr, y los otros tres, poco después. Nueve publicadores predicaban en el interior del país. Winston y Eduardo Blackwood, que vivían en El Tigre, llegaban hasta Ciudad Bolívar, al sur, y los campos petrolíferos próximos a Punta de Mata y Maturín, al este. Pedro Morales y otros predicaban en Maracaibo. En el lado oriental del lago Maracaibo, en los campos petrolíferos de Cabimas y Lagunillas, estaban predicando Gerardo Jessurun, Nathaniel Walcott y David Scott. Después se les unió Hugo Taylor, que todavía servía de precursor especial en 1995. Entre todos abarcaban una inmensa extensión del país. Los hermanos Baxter y Wan no tardaron en averiguar por sí mismos cómo era realmente.
Visitan todos los grupos
Durante los meses de octubre y noviembre de 1947, los dos misioneros viajaron a las regiones occidentales y orientales del país para ver cómo ayudar a los grupos. Su objetivo era organizarlos para que llegaran a ser congregaciones. “Viajamos en autobús, lo cual era toda una experiencia en Venezuela —dice el hermano Baxter, sonriendo al recordar aquella memorable expedición—. Los asientos eran pequeños y estaban muy juntos, pues la mayoría de los venezolanos son de baja estatura; de modo que para dos norteamericanos como nosotros casi no había espacio donde poner las piernas. Era común ver encima de los autobuses, junto al equipaje de los pasajeros, camas, máquinas de coser, mesas, pollos, pavos y plátanos. Si un pasajero iba a viajar una distancia corta, no se molestaba en poner encima los pollos y demás mercancías, sino que metía todo en el autobús y lo amontonaba en el pasillo en medio de los asientos. El autobús se averió, así que nos quedamos varias horas varados en el desierto, donde solo había cactos y cabras, hasta que apareció otro autobús. Después, nos quedamos sin gasolina.”
En cada uno de los cuatro lugares que visitaron encontraron un grupo de unas diez personas que se reunían en la sala de algún hogar. Los misioneros les enseñaron a dirigir las reuniones, informar su actividad a la sucursal todos los meses y conseguir publicaciones para la predicación.
En su visita a El Tigre, el hermano Baxter se fijó en que Alejandro Mitchell, uno de los hermanos nuevos, obedecía a pies juntillas la admonición de Mateo 10:27 de predicar desde las azoteas. Había instalado un altavoz en el tejado de su casa, y todos los días leía en voz alta durante una media hora pasajes escogidos de los libros Hijos o El nuevo mundo, así como de otras publicaciones de la Sociedad Watch Tower. Lo hacía tan alto, que era posible oírle a una distancia de varias manzanas, lo cual, como cabría esperar, disgustaba a los vecinos; de modo que se le recomendó que predicara de casa en casa y se olvidara del altavoz.
El viaje que hicieron los hermanos para visitar los grupos fue muy provechoso. Bautizaron a dieciséis personas durante los meses que pasaron viajando.


Yo fui un pastor evangélico


Ha habido cambios muy pronunciados en la escena religiosa de Colombia durante los últimos años. Claro, la vasta mayoría de mis paisanos todavía profesan la fe católica romana. Sin embargo, pocos pueden llamarse católicos ardientes. De hecho, en las últimas décadas se ha visto a cada vez más de ellos pasarse a otras religiones, incluso la clase evangélica, es decir, los grupos protestantes fundamentalistas que enfatizan la salvación personal en su predicación.
Por los primeros dieciocho años de mi vida, yo era un fervoroso católico romano. Iba a misa diariamente, me confesaba y comulgaba dos o tres veces a la semana, y participaba en las cruzadas de la Iglesia, como la Cruzada del Sagrado Corazón de Jesús. En mi ciudad natal de Armenia, Quindío, nuestra familia se hizo muy amiga de los curas.
Cerca del año 1945, una pareja evangélica anciana llegó a nuestra casa buscando dónde pasar la noche. Tenían consigo un ejemplar de la Biblia, el primero que jamás habíamos visto. Tanto se interesó mi madre en ella que se quedó hablando de ella con los visitantes hasta casi el amanecer. Pronto se dio cuenta de que lo que su iglesia enseñaba no estaba en completa armonía con la Palabra de Dios. Mi madre se hizo evangélica. En breve, mi padre y los demás de la casa estábamos investigando la Biblia junto con ella.
Poco nos dábamos cuenta de lo que le esperaba a alguien que, viviendo en una comunidad católica romana, dejara la Iglesia. Antiguos amigos se hicieron enemigos intolerantes. Cuando mi hermanito chiquito murió, el cura nos rehusó permiso para enterrarlo en el cementerio de la Iglesia. Como no había otro, no tuvimos ningún otro recurso sino enterrarlo en el patio de la casa.
Un año más tarde, cuando murió mi madre, pasamos por otra experiencia semejante. “Por estudiar la Biblia,” dijo el cura desde el púlpito, “esa mujer no merece ser enterrada en campo santo. Cualquier cafetal servirá.” Esa manera de tratar no me encariñó con la Iglesia de mi juventud. Rehusado el permiso para enterrarla en el cementerio, mi padre, en desespero, habló con el sepulturero. Él consintió en abrir el cementerio a las tres de la mañana. De modo que, a esa hora de la madrugada, a escondidas del cura, mi madre fue sepultada.
La última vez que entré en una iglesia católica fue en 1948. Mientras visitaba a algunos parientes en Santa Rosa de Cabal, asistí a una misa en la cual el cura sermoneaba contra cierto periódico que había publicado algo ofensivo a la Iglesia. En su denunciación, el cura dijo que cualquiera que comprara ese periódico se quemaría en los fuegos del infierno al igual que si fuera del partido Liberal. Bueno, ese comentario en cuanto a los Liberales no me cayó bien, puesto que en ese entonces yo era un Liberal católico.
Fue en ese mismo año que la violencia política estalló por toda Colombia, encendida por el asesinato en Bogotá de un popular líder del partido Liberal, Jorge Eliécer Gaitán. Durante años la nación estuvo al borde de la guerra civil. Todo ese derramamiento de sangre entre los Conservadores católicos apoyados por el clero y los Liberales católicos me dejó algo confuso y desilusionado con la Iglesia.
Un tío mío servía como policía cuando la violencia llegó a su apogeo. Preocupado por tanta matanza entre llamados católicos, le preguntó a un cura de la ciudad de Armenia si él no creía que eso era algo muy pecaminoso. El cura respondió asegurándole que, si a mi tío le daba miedo usar sus armas de fuego, entonces él las bendeciría para que no hubiera peligro. Le recordó lo que Pedro hizo al tratar de defender al Cristo, como desenvainó su espada y cortó la oreja del esclavo del sumo sacerdote, Malco. (Juan 18:10, 11) De la misma manera, agregó el cura, la Iglesia tenía que defender la fe católica romana aunque significara destruir a los enemigos en el mismo vientre de su madre. Eso me alejó aún más de la Iglesia Católica.
De modo que seguí investigando la Biblia con los evangélicos y en 1949 fui bautizado por ellos. El año siguiente fui ordenado en Pereira como pastor y asignado a mi ciudad natal de Armenia.
Mi vida como evangélico
El grupo evangélico con el cual primero me asocié fue fundado por un americano. Al volver él a los Estados Unidos cerca del año 1930, no solo vendió el edificio religioso sino también el movimiento religioso. Un par de miembros consideraron inmoral el haber vendido la congregación como si fuera compuesta de animales irracionales. Por eso formaron un movimiento independiente, al cual llamaron “Iglesia Fundamental Apostólica Colombiana.” Uno de los estatutos sobre el cual se fundó fue que sus ministros no recibieran salario. Tenían en mente lo que Jesús dijo sobre ‘el asalariado a quien no le importan las ovejas.’—Juan 10:11-15.
Unos treinta años más tarde, el fundador del movimiento original volvió a Colombia. Tan impresionado quedó él con el progreso del grupo desprendido, que pidió que le hicieran asociado. Ostensiblemente, concordó con los estatutos. Pero, dentro de un año, más o menos, algunos de nosotros nos dimos cuenta de que muchos de los otros pastores ya no tenían empleo seglar. Descubrimos que el americano estaba clandestinamente pagándoles. Afrontado con su violación de los estatutos, sugirió que votáramos sobre el asunto. La mayoría de los pastores estaban más que contentos de quedarse con el americano.
El hecho de que la mayoría de mis colegas predicaban por salario, me desanimó. Yo había adquirido el conocimiento de que la Palabra Divina no debería predicarse por un salario. (Mat. 10:8) Además, como experto en dactiloscopia y contabilista, yo había rehusado muy buenas ofertas de empleo para hacerme pastor. También me descorazonaba el observar la contención y la competición entre los pastores, y me inquietaba el enterarme de las diferencias que dividen a los evangélicos en tantas sectas.
Entonces, por razones económicas, me mudé a Bogotá en 1954, y no reanudé mi servicio de pastor sino hasta después de partir de la ciudad en 1960. Sin embargo, durante este tiempo continué estudiando la Biblia y comparando sus enseñanzas con las de las diferentes sectas. Al llegar a estar desencantado con una, me pasaba a otra.
Primero asistí a los cultos de un grupo pentecostal. Para sorpresa mía, oficiaba una mujer. Yo entendía que, bíblicamente, la mujer no debe ejercer autoridad sobre el hombre. (1 Tim. 2:11, 12) Cuando pregunté sobre el punto, me informaron que el pastor anterior había abandonado a la congregación porque ésta no había podido satisfacer sus demandas tocantes a salario. Me ofrecieron la oportunidad de servir de pastor. De modo que una noche me reuní con los encargados para comparar sus enseñanzas con mis creencias.
Entre otras cosas, ellos decían haber recibido el don de curación de modo que no necesitaban médicos ni medicina. Solo tenían que orar, decían, y serían sanados de cualquier dolencia. Luego, sobre el tema de la Cena del Señor, les pregunté por qué la celebraban usando copas individuales. Ellos reconocían que, cuando Jesús estuvo en la Tierra, los participantes sí compartieron una copa común. No obstante, en aquel tiempo no existía tanto peligro como hoy de contraerse una enfermedad contagiosa. Les pregunté dónde estaba su fe en su llamado poder de curación si tenían tanto miedo de infectarse del uso de una copa común en imitación del Señor. Eso puso fin abrupto a nuestra reunión a las tres de la mañana.
Unos dos días más tarde visité la iglesia, pero la señora que presidía no estaba allí. Esa mañana había enfermado y la llevaron al hospital. Para mí, eso era la confirmación de que ellos no tenían el don de curación.
Después de eso, me asocié con otra organización religiosa con tendencias pentecostales. En una campaña de despertamiento religioso celebrada en la Feria de Bogotá, se programó una exhibición del don de curación para el último día. Cediendo ante la insistencia de un amigo y a mi propia curiosidad, fui.
Un viejito ciego fue conducido a la plataforma y se puso de rodillas. Tanto hombres como mujeres empezaron a orar sobre él, pidiendo que el espíritu de ceguedad le fuera quitado y la vista le fuera restaurada. Después de un rato, le preguntaron al ciego si ya podía ver. Él movió la cabeza de lado a lado y dijo que no.
Se le había pedido al auditorio que se pusiera de pie y participara en orar. Siendo yo un poco incrédulo, me había quedado sentado. Habiendo observado esto, dijeron que yo era el culpable. Debido a mi falta de fe, ellos no habían podido ejecutar el milagro. Después de instarme a participar, de nuevo oraron sobre el ciego. Pero de nuevo rehusé colaborar. Al preguntarle al ciego si ya podía ver, otra vez la respuesta fue negativa. Otra vez atribuyeron el fracaso a ese “incrédulo” que había entrado en medio de ellos.
Luego, cuando se me acercaron los ministros encargados, les señalé que la fe de los incrédulos no fue un requisito previo a que Jesús tuviera éxito en efectuar milagros. (Mat. 8:16; Juan 9:1-7, 35-39) Al contrario, a menudo los había efectuado a fin de convencer a los incrédulos de que él verdaderamente había sido enviado de Dios. (Juan 10:37, 38, 42; 11:4245) Así pues, si ellos realmente curaban por el poder de Dios, ¡que vencieran mi incredulidad por medio de efectuar el milagro!
Mis relaciones con los testigos de Jehová
Ahora tengo que decirles de otra faceta de mi vida. Tiene que ver con mis relaciones con los testigos de Jehová a través de los años.
Todo empezó en 1952. Al visitar la casa de mi novia, vi un libro que su padre había obtenido. Se intitulaba “‘Esto significa vida eterna.’” Sabiendo que yo tenía interés en cualquier cosa relacionada con la Biblia, él me lo obsequió. Un pastor compañero me informó que el libro era de los “russellistas,” un nombre que usó con referencia a los testigos de Jehová. Aunque contenía cosas buenas, era peligroso, me dijo, porque también contenía error. Yo tenía curiosidad de saber qué error contenía. Mientras más investigaba, más llegué a conocer acerca de los testigos de Jehová.
Al tiempo de mi ordenación como pastor, un amigo que se llamaba Fabio Rodas también fue ordenado. Poco después, sin embargo, Fabio se hizo testigo de Jehová. La próxima vez que me encontré con él, él gustosamente aclaró algunas dudas que yo tenía en cuanto al libro que había recibido. Desde entonces en adelante, cada vez que nos encontrábamos, él me proveía otras publicaciones de los Testigos.
Debido a la amable insistencia de Fabio, con el tiempo condescendí a que los Testigos estudiaran la Biblia conmigo. Pero tercamente rehusaba repudiar mi creencia en la Trinidad, ese “misterio” que alega que Dios no es uno, sino tres un uno. La convicción mía se basó casi enteramente en un solo versículo de la Biblia, 1 Juan 5:7. Los Testigos invariablemente me señalaban que parte de este versículo era espurio, una añadidura no inspirada hecha posteriormente a las Santas Escrituras. Pero a mi parecer, eso solo era un argumento débil empleado engañosamente por ellos.
Pero entonces, en 1956, en Bogotá, tuve uno de esos encuentros de casualidad con Fabio. Acepté su invitación de acompañarlo al Salón del Reino de los Testigos de Jehová. Allí conocí a la familia Rivera y se hicieron arreglos para que estudiaran conmigo. Les presenté la objeción de la Trinidad. Con calma, uno de ellos sacó una Biblia católica, la Nácar-Colunga, y abriéndola en 1 Juan 5:7 me pidió que leyera el comentario correspondiente al pie de la página. Leí: “Este versículo, que en la Vulgata dice: ‘Tres son los que dan testimonio en el cielo, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, y los tres son uno,’ falta en los códices antiguos, así griegos como latinos, etc., y es desconocido de los Padres. Parece tener origen español y haber ido poco a poco saliendo por vía de exégesis [interpretación] del versículo precedente. Sólo en el siglo XIII adquirió la forma que hoy tiene en la Vulgata.”
Al leer eso, pude ver que los testigos de Jehová tenían razón al decir que parte de ese versículo no tenía derecho a lugar alguno en las Escrituras inspiradas. Y quedé atónito al aprender que los evangélicos participaban en el mismo engaño que los católicos romanos al usar el texto para apoyar su concepto de la Trinidad.
De allí en adelante yo tuve más confianza en los Testigos. Cuando volví a servir de pastor, sus enseñanzas influían en el contenido de mis sermones. Como fuente de material para sermones, aun pegué en mi Biblia el “Resumen bíblico, sin comentarios, de las doctrinas fundamentales,” publicado por los Testigos en la parte trasera de su libro “Equipado para toda buena obra.”
No obstante, rehusaba cortar mis vínculos con los evangélicos. ¿Por qué? Sobre todo, no quería desagradar a mi familia, pues todos eran evangélicos y varios de ellos pastores, incluso mi padre. También abrigaba ciertos prejuicios infundados contra los Testigos. Quizás, también, buscaba una salida, un escape de una responsabilidad que se hacía más evidente mientras más estudiaba con los testigos de Jehová.
Mi partida del evangelismo
Una vez que vi la importancia del nombre del Dios verdadero, Jehová, lo usaba constantemente en mi predicación. Como resultado, mis superiores deseaban saber hasta qué grado habían influido en mí los testigos de Jehová. Tuve que comparecer ante el consistorio. Para reafirmar su confianza en mí, pidieron que pronunciara un sermón exponiendo los errores de los testigos de Jehová. Puesto que eso hubiera requerido que contradijera mis propias creencias, respondí: “Jamás daré tal sermón. Si lo que he estado enseñando de la Biblia armoniza con las enseñanzas de los testigos de Jehová, entonces irremediablemente tendré que hacerme uno de ellos. ‘Escójanse a quién quieren servir, pero en cuanto a mí y a mi casa, nosotros serviremos a Jehová.’”—Jos. 24:15.
Para cortar todo vínculo con la organización evangélica, trasladé a mi familia de Pereira a Cali. Eso fue a fines del año 1967. Un domingo, temprano por la tarde, me dirigí al centro de la ciudad preguntándome cómo pudiera localizar a los Testigos. Entonces, viajando en el autobús, vi un ejemplar de La Atalaya en el bolsillo trasero de un señor. Decidí seguirlo. Me condujo directamente al Salón del Reino. Después de las reuniones de esa tarde, se hicieron arreglos para que yo volviera a estudiar.
Anteriormente, yo había estudiado con los Testigos hasta el punto del bautismo. Pero ellos habían rehusado reconocer como válido mi bautismo evangélico, aunque, como razonaba yo, se me había sumergido o bautizado ‘en el nombre del Padre, Hijo y espíritu santo.’ (Mat. 28:19) Al llegar al asunto esta vez, le pregunté al que lo consideraba conmigo, José Patrocinio Hernández: “Pero, ¿por qué debo yo bautizarme de nuevo?” Me preguntó sencillamente: “¿Conocía usted el nombre del Padre cuando se bautizó?” Puesto que no lo conocía, era obvio que no había sido bautizado ‘en Su nombre.’
Luego, en conexión con ser bautizado ‘en el nombre del espíritu santo,’ me preguntó: “¿Daba evidencia de tener el espíritu de Dios por medio de conservar la paz y la unidad la organización que lo bautizó?” (Efe. 4:3) Entonces recordé que el mismo pastor evangélico que me bautizó, Ángel de Jesús Vélez, solo dos semanas después había formado una nueva secta disidente. Puesto que las “altercaciones, divisiones, sectas” no son “el fruto del espíritu” sino “obras de la carne,” era muy claro que no tenían el espíritu de Dios.—Gál. 5:19-23.
Así fue que, por fin, el 10 de mayo de 1969, en compañía de mis dos hijos mayores, me sometí al bautismo cristiano en símbolo de mi dedicación a Dios. Mi esposa y mis dos hijos menores lo hicieron más tarde.
En retrospecto, aprecio los sentimientos del apóstol Pablo cuando dijo: “En un tiempo ustedes eran oscuridad, mas ahora son luz con relación al Señor. Sigan andando como hijos de luz, porque el fruto de la luz consiste en . . . verdad.” (Efe. 5:8, 9) Al recordar mis experiencias como parte de los sistemas religiosos de la cristiandad quedo impresionado con lo grande que fue esa oscuridad. Ahora, como hijo de luz, qué agradecido estoy de servir como pastor ordenado por Dios y de producir el fruto de la luz, a saber, la verdad.—Contribuido.