miércoles, 11 de marzo de 2015

A Galaad y de nuevo a Venezuela


A lo largo de los años han venido a Venezuela muchos misioneros preparados en Galaad, incluidos siete que asistieron a la Escuela de Entrenamiento Ministerial. Procedían de Estados Unidos, Canadá, Alemania, Suecia, Nueva Zelanda, Inglaterra, Puerto Rico, Dinamarca, Uruguay e Italia. Entre 1969 y 1984 no llegaron más misioneros de Galaad, pues resultó imposible obtener visados. No obstante, durante 1984, gracias a diferentes esfuerzos coordinados, se logró el permiso para que dos matrimonios entraran en el país, y llegaron dos misioneros más en 1988. También se han beneficiado de la preparación en Galaad seis Testigos del país.
Cuando el hermano Knorr visitó Venezuela en 1946, el joven Rubén Araujo le preguntó si algún día podría llenar los requisitos para ir a Galaad. La respuesta fue que sí, con tal de que mejorara su dominio del inglés. Rubén dice: “Huelga decir que me sentí muy feliz. Tres años más tarde, en octubre de 1949, recibí una carta del hermano Knorr en la que se me invitaba a la clase número 15, que empezaría en el invierno de 1950”.
Los otros cinco hermanos venezolanos que asistieron a Galaad fueron Eduardo Blackwood y Horacio Mier y Terán (que se bautizaron en 1946 durante la visita del hermano Knorr), Teodoro Griesinger (de quien hablaremos más adelante), Casimiro Zyto (emigrante francés que se nacionalizó venezolano) y, más recientemente, Rafael Longa (que sirve de superintendente de circuito).
Algunos buscaban la verdad, pero otros no
En 1948, Víctor Mejías, que vivía en Caracas, pensaba en un mundo mejor. Creía con sinceridad que se lograría mediante el empeño del hombre, y estaba dispuesto a hacer su parte. Sin embargo, también albergaba algunas dudas.
Aquel año, Josefina López, una Testigo muy agradable, le dejó el libro “La Verdad Os Hará Libres” a la esposa de Víctor, Dilia. El título despertó la curiosidad de Víctor, así que empezó a leerlo. Aprendió por qué los seres humanos no pueden conseguir un mundo realmente libre. Al cabo de poco tiempo, tanto él como su esposa comenzaron a asistir a las reuniones de los Testigos. Más tarde dijo: “Aunque no conocía a los concurrentes, sus rostros eran tan amigables que me convencí de que eran distintos. También recuerdo que me impresionó ver al hermano Knorr, el presidente de la Sociedad, en una asamblea celebrada en el Club Las Fuentes, de Caracas. Era muy diferente de los guías religiosos, los héroes y los artistas famosos, que desean que se les vea. Su humildad y personalidad sencilla me impresionaron”. Al poco tiempo Víctor también estaba llevando a otros la verdad que puede libertar a la gente, sí, libertarla incluso del pecado y la muerte. Hace unos cuantos años, el hermano Mejías dijo al recordar las décadas que ha pasado llevando la verdad bíblica a otros: “Estos años han sido los más felices de toda mi vida”.
En 1950, el año en que Víctor Mejías se bautizó, un joven de Caracas llamado Teodoro Griesinger le pidió a Ronald Pierce, que acababa de empezar su servicio misional, que le explicara el significado del número 666 de Revelación. El padre de Teodoro le había legado una enorme Biblia en alemán que leía de vez en cuando. Teodoro explica: “No me interesaba tanto el pasado como el futuro, las cosas que todavía tenían que suceder mencionadas en Revelación”. Satisfecho con la explicación que le dio el hermano Pierce, aceptó su propuesta de estudiar el libro “Sea Dios veraz”. El libro estaba en español, la Biblia de Teodoro, en alemán, y tanto el maestro como el estudiante hablaban en inglés. Teodoro progresó rápidamente, y en 1951 se hizo precursor; al año siguiente aceptó una asignación de precursor especial en Puerto La Cruz, en 1954 se graduó de la Escuela de Galaad y después sirvió de superintendente de circuito en Venezuela.
Más o menos al mismo tiempo que Ronald Pierce empezó a estudiar con Teodoro Griesinger, un hombre corpulento llamado Nemecio Lozano se ocultaba de la policía en una aldea indígena de las afueras de El Tigre. Era un matón hábil con la navaja. El jefe de los indígenas le temía y hacía lo que él le dijera, de modo que, para los efectos, el jefe era Lozano. Dijeron a los Testigos que tuvieran cuidado con él, pero le predicaron de todos modos. Él los interrumpió y dijo bruscamente: “¡Miren! No quiero que me expliquen nada. Quiero leerlo por mí mismo”. Como a los hermanos se les habían acabado las publicaciones, el hombre insistió en quedarse con el ejemplar personal de un hermano del libro “La Verdad Os Hará Libres”, pero solo después de asegurarse de que no faltaba ninguna página. ¿Beneficiaría el libro a alguien como él?
En menos de una semana lo había leído completo, había conseguido folletos para distribuir a otros y había comenzado a predicar por su cuenta. Cuando los Testigos volvieron, le preguntaron llenos de curiosidad qué decía a la gente. Respondió: “Puede quedarse con este folleto por la mísera cantidad de un medio” (una moneda local). Los hermanos le explicaron con tacto cómo expresarse mejor.
Para asistir a las reuniones en El Tigre, a 30 kilómetros, viajaba a caballo o en bicicleta, y a veces iba andando. Poco a poco fue sustituyendo su forma de ser anterior por cualidades cristianas. En breve estaba dedicando tanto tiempo a la predicación que el superintendente de circuito lo animó a hacerse precursor. En 1955 lo enviaron de precursor especial, y todavía realiza esa labor con su esposa, Omaira.
Se mantiene la pureza espiritual
Al principio, la luz de la Palabra de Dios no brilló con total claridad en todo lugar. Algunos de los que se reunían con el grupo de estudio de El Tigre conservaban ideas que habían traído del mundo. Rafael Hernández y su esposa, que conocieron la verdad en 1947, recuerdan que había un hermano en el grupo de El Tigre que interpretaba sus propios sueños. Algunos pensaban que, con tal de que la pareja se guardara fidelidad, no había necesidad de registrar oficialmente el matrimonio. Con el tiempo, tales ideas cambiaron gracias a la sólida instrucción bíblica.
Sin embargo, a finales de los años cuarenta, uno de los diez que se habían bautizado en 1946, durante la primera visita del hermano Knorr a Venezuela, comenzó a promover sus propias enseñanzas con el fin de que lo siguieran a él. Leopoldo Farreras, que sirve de anciano en Ciudad Guayana, recuerda lo que ocurrió. Él había sido un monaguillo principal en la Iglesia Católica, pero a la edad de 20 años se salió debido a la inmoralidad descarada de los clérigos. Ahora se encontraba con otra persona que estaba utilizando mal su autoridad. Pese a su falta de experiencia y su juventud, Leopoldo siguió firme durante aquellos momentos difíciles de El Tigre y se mostró leal a Jehová y a su organización.
Unos años después, la esposa de Leonard Cumberbatch, que sirve de anciano en El Tigre, empezó a estudiar con los testigos de Jehová. Leonard admite: “Mi reacción fue terrible. Nuestra relación siempre había sido pacífica y amorosa, pero en cuanto empezó a estudiar la Biblia, comencé a tratarla con sarcasmo. En una ocasión me regañó por conducir exageradamente deprisa. Le dije que no se preocupara, que su Dios Jehová la salvaría; después de todo, iba a vivir para siempre. De modo que no reduje la velocidad.
”Le dije que los Testigos se estaban aprovechando de ella, que yo sabía más de la Biblia que ellos y que quería hablar con ellos. Aceptaron mi desafío, y resultó que mantuvimos una conversación muy agradable. No pude probar que enseñaban falsedades, así que concordé en estudiar la Biblia con ellos. A los cinco meses me bauticé. Como tenía automóvil, me nombraron conductor del estudio del grupo de Anaco. Atender ese grupo suponía viajar un total de 160 kilómetros de ida y vuelta. Después me pidieron que atendiera otro grupo que estaba a 30 kilómetros. Ahora hay congregaciones en estas poblaciones.”
El Tigre, al este de Venezuela, es un importante centro comercial. También ha llegado a ser un importante centro de la adoración verdadera. A principios de 1995 había allí siete congregaciones de los testigos de Jehová con más de setecientos treinta publicadores de las buenas nuevas.
Una joyera deja de hacer imágenes
Al sudeste de El Tigre se encuentra Ciudad Bolívar, en la ribera meridional del río Orinoco. Es un lugar lleno de actividad, y con mucho tráfico fluvial. En 1947, un Testigo de Jehová visitó en esta ciudad a una mujer llamada María Charles. Ella cuenta lo que ocurrió: “Me dedico a la joyería; un buen día estaba sentada trabajando en mi taller cuando entró Alejandro Mitchell con una bolsa de tela al hombro. Le pregunté qué llevaba, y respondió que un tesoro especial. ‘Si es oro, se lo compro, pues a eso me dedico’, le dije. Contestó que lo que llevaba era mejor que el oro. ‘Que yo sepa, lo único que puede ser mejor que el oro es la Biblia’, repliqué. Alejandro me dio la razón y sacó una Biblia junto con otras publicaciones.
”Me encantaba leer, pero nunca había logrado entender la Biblia, de modo que le dije: ‘Se lo compro todo’, y me quedé con once revistas, los libros “El Reino Se Ha Acercado” y Salvación y una Biblia nueva. Tanto me fascinó lo que estaba leyendo, que decidí no trabajar en el taller por una semana para dedicarme a la lectura. Cuando leí el libro “El Reino Se Ha Acercado”, me impresionó el ejemplo de Juan el Bautista y me dije: ‘Me gustaría ser una predicadora tan intrépida como él’.”
María preguntó a todo el mundo dónde se reunían los Testigos, pero le dijeron que no había ninguno en Ciudad Bolívar. El más cercano estaba en El Tigre, a unos 120 kilómetros. Sin arredrarse, allá se fue; encontró el lugar, asistió a una reunión y le dejó una nota a Alejandro Mitchell para que la visitara en Ciudad Bolívar.
Entretanto, descubrió que un sastre que vivía cerca también tenía el libro “El Reino Se Ha Acercado” y sabía dónde se reunía un grupo para leer La Atalaya. De modo que María fue allí y conoció a Leopoldo Farreras, a su madre, a su hermana y a unos cuantos más. La reunión le gustó mucho; estaba tan entusiasmada con la información, que levantó la mano en todas las preguntas.
Cuando acabó el estudio, Leopoldo Farreras le preguntó: “¿De dónde viene?”. María respondió: “De mi joyería; pero no voy a hacer más imágenes”. Sonriendo por su franqueza, Farreras le preguntó: “¿Por qué no?”. “Por lo que dice Salmo 115:4-8”, repuso María.
El grupo todavía no se había organizado para predicar públicamente. De hecho, fue la componente más nueva, María Charles, quien sugirió que debían obedecer el mandato bíblico de predicar. Así que se abastecieron de tarjetas de testimonio y publicaciones y comenzaron a llevar las buenas nuevas de modo organizado a los habitantes de Ciudad Bolívar. Los primeros años fueron muy difíciles porque la gente tenía miedo del clero. Pero la labor celosa del grupo dio fruto. En 1995 había en Ciudad Bolívar nueve congregaciones y un total de 869 publicadores.


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