martes, 24 de marzo de 2015

Sigue los pasos de su hermana




Cuando Penny Gavette dejó su hogar en California para asistir a la Escuela de Galaad, en 1949, su hermana Eloise tenía solo cinco años, pero le causó una honda impresión lo que hizo Penny. Recuerda que pensó: “También quiero ser misionera cuando sea mayor”. Las dos se alegraron mucho de que Eloise, después de graduarse en Galaad en 1971, fuese asignada como compañera misional de Penny en Cumaná.

Eloise, ahora casada con el superintendente de distrito Rodney Proctor, recuerda el enorme territorio que abarcaban ella y Penny. Relata: “Después de llevar dos años predicando en Cumaná, mi hermana y yo decidimos dar más atención a algunas poblaciones más pequeñas. La sucursal nos concedió permiso para predicar en Cumanacoa y Marigüitar, y allí pasábamos días enteros y fines de semana. Hacía mucho calor y teníamos que desplazarnos a pie a todas partes. En ambas localidades se formaron grupos”.

Las buenas nuevas llegan a pueblos fronterizos

En la región oriental del país, las colinas redondeadas y arboladas del sur del Orinoco dan paso a las impresionantes altiplanicies de arenisca de hasta 2.700 metros de altura al norte de la frontera con Brasil. Esta zona, escasamente poblada, es la más rica en oro y diamantes. No obstante, se están buscando tesoros de otra índole en las pequeñas poblaciones que hay allí. Son tesoros espirituales, “las cosas deseables de todas las naciones”. (Ageo 2:7.)

En 1958, un grupo de cinco Testigos viajó en avioneta a este lugar, donde colocaron cientos de revistas a los indígenas. Casi veinte años después, cuando el superintendente viajante Alberto González fue a Santa Elena con un grupo de hermanos de Puerto Ordaz, se colocaron 1.000 revistas. El poblado no tenía electricidad en aquel tiempo, pero un señor les prestó un generador para que pudieran mostrar las diapositivas, que se presentaron ante un auditorio de 500 personas. En 1987, dos precursores especiales, Rodrigo y Adriana Anaya, llegaron de Caracas.

Los grupos religiosos que habían llegado antes a estas regiones colocaron un fundamento sobre el que edificaron los Testigos. Los católicos y los adventistas enseñaron español a los indígenas y les llevaron la versión Valera de la Biblia, que usa el nombre divino Jehová.

Algunos indígenas empezaron a darse cuenta de que la Iglesia Católica no había enseñado con franqueza el mensaje bíblico. Por ejemplo, cuando cierta indígena aprendió lo que Dios opina de las imágenes, exclamó: “Nos dijeron que era malo adorar al Sol y que nuestros ídolos eran falsos, pero resulta que al mismo tiempo las imágenes de la Iglesia Católica le desagradan a Dios. Me dan ganas de ir a la iglesia y darle de palos al cura por haberme engañado tanto tiempo”. La convencieron de que no lo hiciera, pero sus palabras revelan lo que sienten muchos habitantes de la región.

A los indígenas del sur del estado de Bolívar les encantan nuestras publicaciones. Como aman la naturaleza, les atraen especialmente las ilustraciones a todo color de las creaciones de Dios. Es interesante presenciar cómo reciben una publicación. Toman el libro en las manos, lo palpan, lo huelen, lo abren, suspiran extasiados al ver las ilustraciones a color y hacen comentarios de aprobación en voz baja en la lengua pemón. A veces tienen tantas ansias de recibir las publicaciones, que las sacan del maletín del precursor y empiezan a distribuirlas a sus familiares. Los nativos son muy hospitalarios, y con frecuencia invitan a comer a los que les llevan el mensaje del Reino.
En la primera Conmemoración celebrada después de la llegada de los precursores especiales hubo una asistencia de 80 personas. Ahora hay una congregación. No obstante, las tradiciones indígenas, que están muy arraigadas, han impedido que el progreso sea rápido.

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