martes, 24 de marzo de 2015

Se lleva el mensaje a los Andes


La parte más septentrional de la cordillera de los Andes está en territorio venezolano. Tres ciudades principales que se encuentran en la región andina son Mérida, San Cristóbal y Valera. El estilo de vida y la actitud de su gente son muy distintos de los que caracterizan a los habitantes de las ciudades costeras y las zonas cosmopolitas.
Un superintendente de distrito que ha servido en los Andes, Rodney Proctor, hizo esta observación con respecto a la gente que vive allí: “En muchas ocasiones se trata al extraño como si fuera un extranjero, aunque esté en su propio país. La Iglesia todavía tiene un gran arraigo, y por lo general el mensaje del Reino no se acepta fácilmente. Algunos precursores especiales pasaron por la experiencia de estar un año entero en una población antes de que la gente les devolviera el saludo por la calle. Después del segundo año, algunos empezaron a estudiar la Biblia. A diferencia de lo que ocurre en otras regiones, el temor al qué dirán impide que se escuche a los Testigos cuando llegan”.
A principios de los años cincuenta, un precursor de Caracas, Juan Maldonado, visitó diversas ciudades de los Andes y se quedó predicando varias semanas en cada una de ellas. El recibimiento que se le dio en San Cristóbal no fue animador en un principio, pues lo arrestaron varias veces debido a su predicación directa.
No obstante, una familia se interesó en la verdad, y él estudió la Biblia con ella varias veces a la semana durante su estancia. Pero la familia fue objeto de persecución por parte de sus parientes y del cura local a tal grado que la madre, Angelina Vanegas, no pudo obtener suficiente trabajo para mantener el hogar.
Vin y Pearl Chapman fueron asignados a San Cristóbal en diciembre de 1953 después de haber servido de misioneros en Barquisimeto. Angelina Vanegas y su familia los recibieron como una magnífica provisión de Jehová, y enseguida empezaron a predicar con ellos. Unos meses después, la madre decidió bautizarse. La bañera del hogar misional era muy grande, y Angelina, muy bajita, así que no hubo problema para encontrar las instalaciones apropiadas.
¿Siesta, o salvación?
Los Chapman empezaron a estudiar con un matrimonio muy pobre, Misael y Edelmira Salas. Edelmira era una católica ferviente. “Tanta era mi devoción —explica— que en cierta ocasión, aunque estaba embarazada, cumplí un voto que le había hecho a Dios, e hice un peregrinaje descalza a otra aldea, fui de rodillas de la puerta de la iglesia al altar y, después, regresé a mi aldea caminando descalza nuevamente. Como consecuencia, enfermé y tuve un aborto.”
Cuando nació su siguiente hija, Misael y Edelmira habían empezado a estudiar la Biblia con los Chapman. Cierto día, la pequeña enfermó de gravedad, y Edelmira decidió llevarla al hospital. Antes de salir, las vecinas la presionaron para que la bautizara; le dijeron que si moría, se le negaría el entierro e iría al limbo. Edelmira pensó que, por si acaso, pasaría por la iglesia de camino al hospital para pedir al cura que bautizara a la niña.
“Llegué a eso del mediodía, y al cura no le gustó nada que le interrumpiera la siesta —recuerda—. Me dijo que me fuera y volviera en otro momento. De modo que le respondí: ‘Mi niña está muriéndose. ¿Qué es más importante: salvar a un niño del limbo, o que usted acabe de dormir la siesta?’. Accedió a regañadientes, pero envió al sacristán a bautizarla.”
La niña sobrevivió; de todas formas, aquel incidente marcó el punto de viraje para Edelmira. Totalmente desengañada de la Iglesia, empezó a tomar en serio su estudio de la Biblia con los Testigos. Entonces, ella y su esposo se mudaron a una localidad llamada Colón, donde no había Testigos. Cuando Casimiro Zyto visitó San Cristóbal en calidad de superintendente de circuito, los misioneros le pidieron que fuera a ver a Edelmira. ¡Cuánto agradeció la visita! Se bautizó en aquella ocasión.
Gracias al trabajo que hizo ella inicialmente, ahora hay una congregación en Colón y otras tres en El Vigía, donde ayudó a abrir el territorio cuando la familia se mudó allí. Transcurridos algunos años, su esposo y sus tres hijas se bautizaron.
Un cura fomenta la violencia
En otra pequeña aldea de los Andes, Luis Angulo servía de precursor. Cierto día de 1985 se asustó al oír un alboroto frente a su casa y, al mirar hacia afuera, se sorprendió al ver una mesa cerca de la puerta de entrada con la imagen de un “santo” encima. Una muchedumbre furiosa pedía a gritos que los Testigos se marcharan del pueblo, y amenazaron con quemar la casa. “¡Les damos una semana para que se vayan!”, gritaron.
El hermano Angulo recuerda: “Pensé que lo mejor sería acudir por ayuda al prefecto del pueblo. El prefecto fue comprensivo e hizo que la policía llevara ante él a los cabecillas. ‘¿Quién los organizó para hacer esto?’, les preguntó. Después de un rato admitieron que había sido el cura, que en la misa había animado a sus feligreses a echarnos del pueblo aduciendo que poníamos en peligro el bienestar espiritual de la aldea. ‘¡Ese cura está loco! —exclamó el prefecto—. Ahora váyanse a casa y dejen en paz a los Testigos si no quieren acabar todos en la cárcel’”.
No mucho tiempo después se descubrió que el cura estaba involucrado en algunos fraudes, y como suele suceder en estos casos, sencillamente lo transfirieron a otro lugar.
Una persona distinta
En la siguiente aldea, Pueblo Llano, Alfonso Zerpa era un personaje bien conocido. Estaba metido en la política; era borracho, drogadicto, fumador y mujeriego, y le gustaba asustar a la gente recorriendo a toda velocidad las dos calles principales del pueblo en su motocicleta. Pero en 1984 se plantaron en su corazón las semillas de la verdad, que crecieron rápidamente. Alfonso comenzó a ver la necesidad de hacer grandes cambios y de vestirse de la nueva personalidad. (Efe. 4:22-24.)
La primera vez que asistió a la Reunión Pública, solo encontró a los precursores especiales. “¿Dónde está todo el mundo?”, preguntó. Quizás fue mejor así, pues tenía tantas preguntas, que los precursores estuvieron contestándoselas con la Biblia hasta la medianoche. Después de aquello, nunca se perdió una reunión, y su esposa, Paula, fue con él. Se limpió tanto en sentido físico como moral, y con el tiempo llenó los requisitos para ser publicador. Su primer territorio fue precisamente las dos calles principales de Pueblo Llano. Ahora que iba vestido con traje y corbata y tenía buenos modales, estaba en condición de dar un excelente testimonio. Tanto él como Alcides Paredes, a quien Alfonso había llevado a las reuniones y había presentado como su mejor amigo, son ancianos que sirven con sus familias en la Congregación Puerto Llano. También se ha ayudado a más de veinte parientes de Paula a apreciar la verdad.
Con el tiempo se superaron los obstáculos aparentemente insalvables que impedían el progreso, y para 1995 había diez congregaciones en San Cristóbal, siete en Mérida y cuatro en Valera. También hay muchas congregaciones y grupos más pequeños por toda la región de los Andes.
Escasez de varones en Cumaná
La ciudad de Cumaná, capital del estado de Sucre, es la ciudad hispánica más antigua de América del Sur. La verdad empezó a llevarse de modo organizado a sus habitantes en 1954 con la llegada de los precursores especiales. Posteriormente fue a ayudar un matrimonio de misioneros: Rodolfo Vitez y su esposa, Bessie. Algún tiempo después, a él lo nombraron superintendente de circuito, pero antes de eso, ellos lograron alquilar un pequeño salón, lo limpiaron, lo pintaron y pusieron unos bancos viejos que había desechado un estadio de béisbol. Como ahora había un lugar donde reunirse, la cantidad de asistentes aumentó deprisa. Sin embargo, casi todos eran mujeres y niños.
Penny Gavette y Goldie Romocean habían sido asignadas al grupo misional de Cumaná, y recuerdan que tras marcharse el hermano Vitez al circuito, no quedaron varones para llevar la delantera. Los hombres no aceptaban la verdad. Penny recuerda: “Nos decían que no les gustaba nuestra religión porque no les permitía emborracharse ni tener otras mujeres. En cambio, su religión les dejaba hacer lo que quisieran. Aun cuando la asistencia llegaba a veces a 70 u 80 personas, solo había cinco o seis varones presentes, y las hermanas teníamos que conducir las reuniones de vez en cuando”.
Pero poco a poco, los hombres empezaron a asistir y a progresar lo suficiente como para que se les confiaran responsabilidades en la congregación. En poco tiempo el Salón del Reino ya estaba abarrotado. Sin embargo, ni esto ni la mala ventilación detuvo a la gente. Aunque a los misioneros les parecía que a la hora de la reunión el Salón del Reino se parecía a un baño turco, el amor a la verdad impulsaba a los asistentes a sentarse y escuchar por dos horas. Con el tiempo, Jehová hizo posible que se construyera un nuevo Salón del Reino.
La obra ha seguido creciendo en Cumaná. En 1995 había diecisiete prósperas congregaciones con un total de 1.032 publicadores de las buenas nuevas.


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