La parte más septentrional de la cordillera
de los Andes está en territorio venezolano. Tres ciudades principales que se
encuentran en la región andina son Mérida, San Cristóbal y Valera. El estilo de
vida y la actitud de su gente son muy distintos de los que caracterizan a los
habitantes de las ciudades costeras y las zonas cosmopolitas.
Un superintendente de distrito que ha servido
en los Andes, Rodney Proctor, hizo esta observación con respecto a la gente que
vive allí: “En muchas ocasiones se trata al extraño como si fuera un
extranjero, aunque esté en su propio país. La Iglesia todavía tiene un gran
arraigo, y por lo general el mensaje del Reino no se acepta fácilmente. Algunos
precursores especiales pasaron por la experiencia de estar un año entero en una
población antes de que la gente les devolviera el saludo por la calle. Después
del segundo año, algunos empezaron a estudiar la Biblia. A diferencia de lo que
ocurre en otras regiones, el temor al qué dirán impide que se escuche a los
Testigos cuando llegan”.
A principios de los años cincuenta, un
precursor de Caracas, Juan Maldonado, visitó diversas ciudades de los Andes y
se quedó predicando varias semanas en cada una de ellas. El recibimiento que se
le dio en San Cristóbal no fue animador en un principio, pues lo
arrestaron varias veces debido a su predicación directa.
No obstante, una familia se interesó en la
verdad, y él estudió la Biblia con ella varias veces a la semana durante su
estancia. Pero la familia fue objeto de persecución por parte de sus parientes
y del cura local a tal grado que la madre, Angelina Vanegas, no pudo
obtener suficiente trabajo para mantener el hogar.
Vin y Pearl Chapman fueron asignados a San
Cristóbal en diciembre de 1953 después de haber servido de misioneros en
Barquisimeto. Angelina Vanegas y su familia los recibieron como una magnífica
provisión de Jehová, y enseguida empezaron a predicar con ellos. Unos meses
después, la madre decidió bautizarse. La bañera del hogar misional era muy
grande, y Angelina, muy bajita, así que no hubo problema para encontrar
las instalaciones apropiadas.
¿Siesta, o salvación?
Los Chapman empezaron a estudiar con un
matrimonio muy pobre, Misael y Edelmira Salas. Edelmira era una católica
ferviente. “Tanta era mi devoción —explica— que en cierta ocasión, aunque
estaba embarazada, cumplí un voto que le había hecho a Dios, e hice un
peregrinaje descalza a otra aldea, fui de rodillas de la puerta de la iglesia
al altar y, después, regresé a mi aldea caminando descalza nuevamente. Como
consecuencia, enfermé y tuve un aborto.”
Cuando nació su siguiente hija, Misael y
Edelmira habían empezado a estudiar la Biblia con los Chapman. Cierto día, la
pequeña enfermó de gravedad, y Edelmira decidió llevarla al hospital. Antes de
salir, las vecinas la presionaron para que la bautizara; le dijeron que si
moría, se le negaría el entierro e iría al limbo. Edelmira pensó que, por si
acaso, pasaría por la iglesia de camino al hospital para pedir al cura que
bautizara a la niña.
“Llegué a eso del mediodía, y al cura
no le gustó nada que le interrumpiera la siesta —recuerda—. Me dijo que me
fuera y volviera en otro momento. De modo que le respondí: ‘Mi niña está
muriéndose. ¿Qué es más importante: salvar a un niño del limbo, o que usted
acabe de dormir la siesta?’. Accedió a regañadientes, pero envió al sacristán a
bautizarla.”
La niña sobrevivió; de todas formas, aquel
incidente marcó el punto de viraje para Edelmira. Totalmente desengañada de la
Iglesia, empezó a tomar en serio su estudio de la Biblia con los Testigos.
Entonces, ella y su esposo se mudaron a una localidad llamada Colón, donde
no había Testigos. Cuando Casimiro Zyto visitó San Cristóbal en
calidad de superintendente de circuito, los misioneros le pidieron que fuera a
ver a Edelmira. ¡Cuánto agradeció la visita! Se bautizó en aquella ocasión.
Gracias al trabajo que hizo ella
inicialmente, ahora hay una congregación en Colón y otras tres en El Vigía,
donde ayudó a abrir el territorio cuando la familia se mudó allí. Transcurridos
algunos años, su esposo y sus tres hijas se bautizaron.
Un cura fomenta la
violencia
En otra pequeña aldea de los Andes, Luis
Angulo servía de precursor. Cierto día de 1985 se asustó al oír un
alboroto frente a su casa y, al mirar hacia afuera, se sorprendió al ver una
mesa cerca de la puerta de entrada con la imagen de un “santo” encima. Una
muchedumbre furiosa pedía a gritos que los Testigos se marcharan del pueblo, y
amenazaron con quemar la casa. “¡Les damos una semana para que se vayan!”,
gritaron.
El hermano Angulo recuerda: “Pensé que lo
mejor sería acudir por ayuda al prefecto del pueblo. El prefecto fue
comprensivo e hizo que la policía llevara ante él a los cabecillas. ‘¿Quién los
organizó para hacer esto?’, les preguntó. Después de un rato admitieron que
había sido el cura, que en la misa había animado a sus feligreses a echarnos
del pueblo aduciendo que poníamos en peligro el bienestar espiritual de la
aldea. ‘¡Ese cura está loco! —exclamó el prefecto—. Ahora váyanse a casa y
dejen en paz a los Testigos si no quieren acabar todos en la cárcel’”.
No mucho tiempo después se descubrió que el
cura estaba involucrado en algunos fraudes, y como suele suceder en estos
casos, sencillamente lo transfirieron a otro lugar.
Una persona distinta
En la siguiente aldea, Pueblo Llano, Alfonso
Zerpa era un personaje bien conocido. Estaba metido en la política; era
borracho, drogadicto, fumador y mujeriego, y le gustaba asustar a la gente
recorriendo a toda velocidad las dos calles principales del pueblo en su
motocicleta. Pero en 1984 se plantaron en su corazón las semillas de la
verdad, que crecieron rápidamente. Alfonso comenzó a ver la necesidad de hacer
grandes cambios y de vestirse de la nueva personalidad. (Efe. 4:22-24.)
La primera vez que asistió a la Reunión
Pública, solo encontró a los precursores especiales. “¿Dónde está todo el
mundo?”, preguntó. Quizás fue mejor así, pues tenía tantas preguntas, que los
precursores estuvieron contestándoselas con la Biblia hasta la medianoche.
Después de aquello, nunca se perdió una reunión, y su esposa, Paula, fue con
él. Se limpió tanto en sentido físico como moral, y con el tiempo llenó los
requisitos para ser publicador. Su primer territorio fue precisamente las dos calles
principales de Pueblo Llano. Ahora que iba vestido con traje y corbata y tenía
buenos modales, estaba en condición de dar un excelente testimonio. Tanto él
como Alcides Paredes, a quien Alfonso había llevado a las reuniones y había
presentado como su mejor amigo, son ancianos que sirven con sus familias en la
Congregación Puerto Llano. También se ha ayudado a más de veinte parientes de
Paula a apreciar la verdad.
Con el tiempo se superaron los obstáculos
aparentemente insalvables que impedían el progreso, y para 1995 había diez
congregaciones en San Cristóbal, siete en Mérida y cuatro en Valera. También
hay muchas congregaciones y grupos más pequeños por toda la región de los
Andes.
Escasez de varones en
Cumaná
La ciudad de Cumaná, capital del estado de
Sucre, es la ciudad hispánica más antigua de América del Sur. La verdad empezó
a llevarse de modo organizado a sus habitantes en 1954 con la llegada de
los precursores especiales. Posteriormente fue a ayudar un matrimonio de
misioneros: Rodolfo Vitez y su esposa, Bessie. Algún tiempo después, a él lo
nombraron superintendente de circuito, pero antes de eso, ellos lograron
alquilar un pequeño salón, lo limpiaron, lo pintaron y pusieron unos bancos
viejos que había desechado un estadio de béisbol. Como ahora había un lugar
donde reunirse, la cantidad de asistentes aumentó deprisa. Sin embargo, casi
todos eran mujeres y niños.
Penny Gavette y Goldie Romocean habían sido
asignadas al grupo misional de Cumaná, y recuerdan que tras marcharse el
hermano Vitez al circuito, no quedaron varones para llevar la delantera.
Los hombres no aceptaban la verdad. Penny recuerda: “Nos decían que
no les gustaba nuestra religión porque no les permitía emborracharse
ni tener otras mujeres. En cambio, su religión les dejaba hacer lo que
quisieran. Aun cuando la asistencia llegaba a veces a 70 u
80 personas, solo había cinco o seis varones presentes, y las hermanas
teníamos que conducir las reuniones de vez en cuando”.
Pero poco a poco, los hombres empezaron a
asistir y a progresar lo suficiente como para que se les confiaran
responsabilidades en la congregación. En poco tiempo el Salón del Reino ya
estaba abarrotado. Sin embargo, ni esto ni la mala ventilación detuvo a la
gente. Aunque a los misioneros les parecía que a la hora de la reunión el Salón
del Reino se parecía a un baño turco, el amor a la verdad impulsaba a los
asistentes a sentarse y escuchar por dos horas. Con el tiempo, Jehová hizo
posible que se construyera un nuevo Salón del Reino.
La obra ha seguido creciendo en Cumaná.
En 1995 había diecisiete prósperas congregaciones con un total de
1.032 publicadores de las buenas nuevas.
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