martes, 24 de marzo de 2015

Confían en Jehová y sirven de precursores



En la actualidad hay más de once mil precursores en Venezuela. Muchos de ellos empezaron gracias al estímulo que recibieron de otros ministros de tiempo completo.
Pedro Barreto fue uno de ellos. En 1954, el superintendente de la sucursal lo invitó a emprender el precursorado especial junto con otros tres muchachos. Pedro tenía 18 años, y era el mayor. ¿Qué debía hacer? “Era joven e inexperto, y no sabía lavar ni planchar la ropa. De hecho, casi no sabía ni bañarme”, dice riéndose. Se había bautizado el año anterior. Después de hablar con el superintendente de la sucursal como por una hora, Pedro se decidió. Se asignó a los cuatro muchachos a Trujillo, la capital del estado del mismo nombre. Sus habitantes eran muy tradicionalistas y religiosos, especialmente en aquel tiempo. Aquellos cuatro precursores colocaron gran parte del fundamento en esa región. Entre las personas a las que predicaron había gente importante, como el jefe de correos y el juez del tribunal de Trujillo.
Cierto día, los cuatro precursores se encontraron en la plaza principal con un sacerdote bien conocido en Venezuela por los artículos mordaces, difamatorios y equivocados sobre los testigos de Jehová que publicaba en la prensa nacional. Al arremolinarse la gente, el cura dijo que no se escuchara a los muchachos porque, según él, estaban perturbando la paz del pueblo y molestando a todo el mundo. Instó a la gente a recordar que la fe del pueblo pertenecía a la Iglesia Católica. “En medio de la confusión y el alboroto —recuerda Pedro—, el cura me amenazaba en voz baja utilizando lenguaje soez. Así que me dirigí en voz alta a la gente: ‘¿Oyeron lo que dijo?... ¡Y eso que es un sacerdote!’, y repetí algunas de las cosas que me había dicho. A continuación masculló: ‘O se largan, o los echo a patadas’. Le contesté que no era necesario que usara los pies, que ya nos íbamos.”
Este incidente llegó a oídos del juez antes mencionado, quien encomió a los precursores y les dijo que admiraba mucho la obra que estaban haciendo. El mensaje de la verdad que predicaron aquellos cuatro valientes muchachos arraigó en Trujillo, y para 1995 había dos congregaciones en la ciudad, además de las congregaciones y grupos de la mayor parte de las ciudades y aldeas de los contornos.
La hermana de Pedro, Arminda López, recuerda que a finales de los cincuenta, mientras sirvió de precursora en San Fernando de Apure con otras tres hermanas, Jehová les suministró siempre lo que necesitaron, como promete hacer para todos los que buscan primero el Reino. (Mat. 6:33.) Cierto mes, su mesada de precursoras especiales no llegó cuando la esperaban; se les había acabado el dinero y no les quedaba nada de alimento. Con el fin de olvidar el hambre, decidieron irse a la cama temprano. A las diez de la noche oyeron llamar a la puerta. Vieron por la ventana que se trataba de un hombre con quien estudiaban la Biblia. Pidió disculpas por llamar tan tarde, pero dijo que acababa de regresar de un viaje y había traído algunos artículos que tal vez les vendrían bien: una caja de frutas, verduras y otros comestibles. La cocina se convirtió en un hervidero de actividad, y a ninguna se le ocurrió volver a la cama. “Debió ser Jehová quien impulsó a aquel hombre a venir aquella noche —dice Arminda—, pues el estudio le tocaba al día siguiente, y fácilmente pudo haber esperado hasta entonces.” Arminda todavía es precursora regular, ahora en Cabimas.
Casi ningún problema les parece demasiado grande a los celosos precursores. La edad, la mala salud o un familiar opuesto no tienen por qué ser necesariamente obstáculos insalvables. Aunque los jóvenes conforman parte del total de precursores (a principios de 1995 había 55 precursores regulares entre las edades de 12 y 15 años), de ningún modo son los únicos que participan en esta faceta del servicio. Muchas hermanas cuyos esposos no son Testigos se levantan temprano todas las mañanas para cocinar, atender a sus hijos y hacer las tareas domésticas, a fin de reunirse con el grupo que sale al servicio del campo y conducir estudios bíblicos sin descuidar sus responsabilidades.
Así mismo, los hermanos casados que tienen familia organizan sus diversos quehaceres para poder servir de precursores. David González empezó a servir de precursor en 1968, cuando era joven y soltero. Después fue precursor especial con su esposa, Blanca, hasta que tuvieron familia. Ahora, él, su esposa y una de sus hijas son precursores regulares. Además de atender la responsabilidad que supone tener tres hijos, sirve de anciano y es sustituto del superintendente de circuito. ¿Cómo lo logra? Dice que lo ha podido hacer sacrificando algunas cosas materiales innecesarias y siguiendo un buen horario. También cuenta con la plena cooperación de su esposa.
Luego están los que viven en el crepúsculo de su vida, cuyas circunstancias han cambiado, de modo que ahora pueden emprender el servicio de precursor. Entre estos hay matrimonios que se han jubilado, y otros, cuyos hijos han crecido. También hay algunos en la situación de Elisabeth Fassbender. Nació en 1914 y se bautizó en la Alemania de la posguerra antes de emigrar a Venezuela en 1953 con su esposo, quien no era creyente y se opuso fuertemente a ella durante treinta y dos años, hasta que murió, en 1982. A los 72 años, con el camino despejado para servir a Jehová más plenamente, Elisabeth logró lo que por tanto tiempo había anhelado: servir de precursora regular.
Algo que indudablemente contribuye al espíritu de precursor en Venezuela es que la mayoría de los hermanos no tienen un estilo de vida materialista, ni les entrampa la lucha constante por conseguir lujos para sus casas o ganar dinero para vacaciones costosas. Sin estas cargas económicas adicionales, una cantidad mayor del pueblo de Jehová tiene a su alcance el privilegio del precursorado.


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