En la actualidad hay más de once mil
precursores en Venezuela. Muchos de ellos empezaron gracias al estímulo que
recibieron de otros ministros de tiempo completo.
Pedro Barreto fue uno de ellos. En 1954,
el superintendente de la sucursal lo invitó a emprender el precursorado
especial junto con otros tres muchachos. Pedro tenía 18 años, y era el
mayor. ¿Qué debía hacer? “Era joven e inexperto, y no sabía lavar ni planchar
la ropa. De hecho, casi no sabía ni bañarme”, dice riéndose. Se había
bautizado el año anterior. Después de hablar con el superintendente de la
sucursal como por una hora, Pedro se decidió. Se asignó a los cuatro muchachos
a Trujillo, la capital del estado del mismo nombre. Sus habitantes eran muy
tradicionalistas y religiosos, especialmente en aquel tiempo. Aquellos cuatro
precursores colocaron gran parte del fundamento en esa región. Entre las
personas a las que predicaron había gente importante, como el jefe de correos y
el juez del tribunal de Trujillo.
Cierto día, los cuatro precursores se
encontraron en la plaza principal con un sacerdote bien conocido en Venezuela
por los artículos mordaces, difamatorios y equivocados sobre los testigos de
Jehová que publicaba en la prensa nacional. Al arremolinarse la gente, el cura
dijo que no se escuchara a los muchachos porque, según él, estaban
perturbando la paz del pueblo y molestando a todo el mundo. Instó a la gente a
recordar que la fe del pueblo pertenecía a la Iglesia Católica. “En medio de la
confusión y el alboroto —recuerda Pedro—, el cura me amenazaba en voz baja
utilizando lenguaje soez. Así que me dirigí en voz alta a la gente: ‘¿Oyeron lo
que dijo?... ¡Y eso que es un sacerdote!’, y repetí algunas de las cosas que me
había dicho. A continuación masculló: ‘O se largan, o los echo a patadas’. Le
contesté que no era necesario que usara los pies, que ya nos íbamos.”
Este incidente llegó a oídos del juez antes
mencionado, quien encomió a los precursores y les dijo que admiraba mucho la
obra que estaban haciendo. El mensaje de la verdad que predicaron aquellos
cuatro valientes muchachos arraigó en Trujillo, y para 1995 había dos
congregaciones en la ciudad, además de las congregaciones y grupos de la mayor
parte de las ciudades y aldeas de los contornos.
La hermana de Pedro, Arminda López, recuerda
que a finales de los cincuenta, mientras sirvió de precursora en San Fernando
de Apure con otras tres hermanas, Jehová les suministró siempre lo que
necesitaron, como promete hacer para todos los que buscan primero el Reino.
(Mat. 6:33.) Cierto mes, su mesada de precursoras especiales no llegó
cuando la esperaban; se les había acabado el dinero y no les quedaba nada
de alimento. Con el fin de olvidar el hambre, decidieron irse a la cama
temprano. A las diez de la noche oyeron llamar a la puerta. Vieron por la
ventana que se trataba de un hombre con quien estudiaban la Biblia. Pidió
disculpas por llamar tan tarde, pero dijo que acababa de regresar de un viaje y
había traído algunos artículos que tal vez les vendrían bien: una caja de
frutas, verduras y otros comestibles. La cocina se convirtió en un hervidero de
actividad, y a ninguna se le ocurrió volver a la cama. “Debió ser Jehová quien
impulsó a aquel hombre a venir aquella noche —dice Arminda—, pues el estudio le
tocaba al día siguiente, y fácilmente pudo haber esperado hasta entonces.”
Arminda todavía es precursora regular, ahora en Cabimas.
Casi ningún problema les parece demasiado
grande a los celosos precursores. La edad, la mala salud o un familiar opuesto
no tienen por qué ser necesariamente obstáculos insalvables. Aunque los
jóvenes conforman parte del total de precursores (a principios de 1995
había 55 precursores regulares entre las edades de 12 y 15 años),
de ningún modo son los únicos que participan en esta faceta del servicio.
Muchas hermanas cuyos esposos no son Testigos se levantan temprano todas
las mañanas para cocinar, atender a sus hijos y hacer las tareas domésticas, a
fin de reunirse con el grupo que sale al servicio del campo y conducir estudios
bíblicos sin descuidar sus responsabilidades.
Así mismo, los hermanos casados que tienen
familia organizan sus diversos quehaceres para poder servir de precursores.
David González empezó a servir de precursor en 1968, cuando era joven y
soltero. Después fue precursor especial con su esposa, Blanca, hasta que
tuvieron familia. Ahora, él, su esposa y una de sus hijas son precursores
regulares. Además de atender la responsabilidad que supone tener tres hijos,
sirve de anciano y es sustituto del superintendente de circuito. ¿Cómo lo
logra? Dice que lo ha podido hacer sacrificando algunas cosas materiales
innecesarias y siguiendo un buen horario. También cuenta con la plena
cooperación de su esposa.
Luego están los que viven en el crepúsculo de
su vida, cuyas circunstancias han cambiado, de modo que ahora pueden emprender
el servicio de precursor. Entre estos hay matrimonios que se han jubilado, y
otros, cuyos hijos han crecido. También hay algunos en la situación de
Elisabeth Fassbender. Nació en 1914 y se bautizó en la Alemania de la
posguerra antes de emigrar a Venezuela en 1953 con su esposo, quien
no era creyente y se opuso fuertemente a ella durante treinta y dos años,
hasta que murió, en 1982. A los 72 años, con el camino despejado para
servir a Jehová más plenamente, Elisabeth logró lo que por tanto tiempo había
anhelado: servir de precursora regular.
Algo que indudablemente contribuye al
espíritu de precursor en Venezuela es que la mayoría de los hermanos
no tienen un estilo de vida materialista, ni les entrampa la lucha
constante por conseguir lujos para sus casas o ganar dinero para vacaciones
costosas. Sin estas cargas económicas adicionales, una cantidad mayor del
pueblo de Jehová tiene a su alcance el privilegio del precursorado.
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